La Guerrero vive así el Covid-19

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Arturo Mendoza Mociño

¿Primero los pobres, cacarean en Palacio Nacional? Al menos a los cuatro sin techo que se encuentran frente a la fachada gótica de la iglesia que colinda con el Mercado Martínez de la Torre en la Colonia Guerrero todo les falta la mañana de un martes de abril del 2020.

San Justino, en el santoral católico, no los protege. Andrés Manuel López Obrador, líder de la Cuatroté, los tiene en el olvido total. Carecen de tantas cosas que enumeran las más urgentes:

  • Techo
  • Una barbacha
  • Un baño de vapor
  • Perico
  • Whiskas para Frida
  • Mejores colchones
  • Dentista
  • Familia
  • Amor

No hay «sana distancia» entre ellos porque comparten lo poco que tienen en dos colchones aporreados y vasos que comparten. Uno de ellos, vagonero, pide «una selfie» antes  de querer regalar uno de los geles antibacteriales que vende a diez pesitos. Ella acaricia a su gatita Frida que no sabe cuántos años tiene como ella misma no sabe cómo llegó hasta aquí.

 

Sobre la acera de Avenidad Alzate, rumbo a Tepito, hay 15 personas formadas, con un metro de espacio entre cada una de ellas. Ya todos tienen que esperar su turno para comprar su despensa en el Mercado Martínez de la Torre. Mientras esa fila se cuece al sol, enfrente hay un supermercado de carne completamente desolado. Sin ningún cliente. Contados en los alrededores llevan cubrebocas. Nadie porta guantes, a diferencia de los racimos de policías que están a la salida del Metro Guerrero  donde hay un juzgado cívico a donde son remitidos los que venden en el metro, los borrachos rejegos, los drogadictos que acusan de robo, las prostitutas, la crema y nata de la Guerrero en palabras del periodista Alejandro Cárdenas San Antonio, quien creció con sus abuelos paternos en una vecindad de tres pisos en Soto y Pedro Moreno, la cual resistió a los temblores que derrumbaron incontables edificaciones en septiembre de 1985 y cambiaron para siempre la historia y el ritmo de la vida en esta bravía zona de la capital mexicana.

FOTO AMM

En los recuerdos de Cárdenas San Antonio, mi Virgilio en la Guerrero, esta esquina era el hoyo al infierno porque aquí se concentraba toda la mugre, la violencia, las personas perdidas por el alcoholismo, las drogas, la locura o la prostitución.

Recuerda que quien buscaba a su padre, a su hermana, a su madre, a su tía, extraviadas por días, aquí se les podía hallar, sea detenidas o celebrando algún golpe de la fortuna. Como los sin techo del Mercado Martínez de la Torre desde aquella época hasta ahora se entremezclan aquí las edades, los sexos, las adicciones y la desesperanza.

¿La Cuatroté qué?

Quien fuera reportero de TV Azteca en Cuernavaca recuerda entonces a un amigo de la infancia. Lo apodaban El Palomo, hijo de una prostituta. Como todos los desamparados, los olvidados de siempre, andaba borracho, sucio, vomitado, tirado en la calle, monéandose, con ropa rota y holgada, en cualquiera de las esquinas del Mercado Martínez de la Torre.

Se acuerda de «El Palomo» porque los demás miserables lo golpeaban porque lo usaban como «sparring» hasta matarlo a golpes. Arrojaron su cuerpo a una caja de tráiler vacía, en las calles de Soto y Pedro Moreno, y hasta dos años después se encontró lo que quedaba de él. «La Guerrero era bien culera en esos años», sentencia el periodista formado en la FES Acatlán.

FOTO AMM

En Zarco, hacia el norte, hacia donde está «la casa» de la cantante Paquita La del Barrio, nacida en 1947 con el nombre de Francisca Viveros Barradas, las Carnitas Rigo venden sus generosos ‘takeshis’ a quince pesos.
Las maderas Selvamex, que operan desde 1922, siguen al pie del cañón.

En cambio, los barbacoyeros de «El trébol» han cerrado su negocio y en el número 202, con sus inconfundibles toldos verdes, la casa donde se entona «¿Me estás oyendo inútil?», «Rata de dos patas», «Cheque en blanco» y «Hombres malvados» está cerrada y dorándose al sol.

La limousina naranja que corre por debajo de esta calle y bufa de vez en vez pasa hacia las 10:25 de la mañana y lleva a recordar a Cárdenas San Antonio que frente a este elegante congal se vendía petróleo y carbón que era el combustible más usado en la zona.

En cambio, al promotor cultural Javier Narvaez ver esta fachada lo lleva a recordar la primera vez que escuchó a Paquita La del Barrio en el Teatro Blanquita, en la agonía de los años ochenta. «Estaba todo Dios ahí», insiste Narvaez: el Presidente Carlos Salinas de Gortari, el novelista colombiano Gabriel García Márquez, el rockerín Johny Laboriel, las cantantes María Victoria y Lucha Villa, la actriz Irán Eory y el fotógrafo Rogelio Cuéllar retratando a todos los asistentes que fueron convocados por Margo Su.
En la esquina de Zarco y Estrella hay otra mujer sin techo. Desvaría. Maldice. Todo lo que tiene en la vida está en dos bolsas.

Dice que tiene 40 años pero parece de más de 60. Ha perdido sus dientes. Le pregunto si conoce a Paquita La del  Barrio.

-¿Y esa pendeja quién es?

FOTO AMM

Al final de la calle Soto y Estrella está la Secundaria Técnica No. 23 y que representa la frontera simbólica de la Guerrero más ruda y la zona que pertenecía a las bandas de jóvenes de las calles de Mercurio, Marte y Venus que se peleaban con jóvenes iguales que ellos, pobres, olvidados, enojados, que vivían cerca
del Salón Los Ángeles, la iglesia de los Ángeles y el Parque de los Ángeles. Ellos, cuando no se «la rifaban» con los de Tepito, se medían con los que vivían en la  Colonia San Simón, Peralvillo o Tlatelolco.

Era una guerra sin fin.

Sí, la banda era muy pesada. Sí, había drogas, prostitutas, seres destruidos por el alcohol, pero esta mañana bajo la amenaza Covid-19 estas calles lucen vacías, con contados caminantes. Ocurre en la calle de Zarco y Magnolia donde estaba la casa del carpero Jesús Martínez «Palillo». Ocurre también muy cerca de ahí, en Magnolia, entre Soto y Zarco, donde creció el rockero Saúl Hernández, líder y vocalista de Caifanes.

Una ligera paz se dio con las primeras fiestas de los sonideros PolyMarchs y Soundset, a principios de los años ochenta. Los fundadores de Soundset, de acuerdo a Cárdenas San Antonio, eran de Tepito y la Guerrero. En cambio, los de PolyMarchs eran una alianza entre la Guerrero y la sureña y clasemediera Colonia Del Valle.

-Pero luego llegaba la tira y hacía su razia con sus perreras. ¡Y agarraban parejo!

Me imagino estas calles anchas y algunos callejones con chicos corriendo o enfrentando a esa policía que los reprimía por ser jóvenes, pobres y sonideros.

 

Decenas de aquellos jóvenes perecieron por aquellas peleas, las drogas y el alcoholismo, o sobrevivieron en el infierno cotidiano de la adicción o por sumarse a las filas de la delincuencia hasta hallar la muerte o la prisión. Mientras Saúl Hernández se volvió célebre rockeando, Cárdenas San Antonio se liberó yendo
a la UNAM para estudiar periodismo.

Por ser un amante del vértigo descubrió pronto que la Calle de Soto era la mejor para rodar en patines, patineta o en bicicleta. Y su vida transcurría más por la Alameda, la Torre Latinoamericana y el Zócalo.

Gracias a su andar en ruedas se alejó de las pandillas y las vecindades que eran caldos de cultivo de mil historias trágicas.

Pero en su infancia brilla aquel ciego que llevaba a los alrededores del Kínder Amado Nervo a una osa, también ciega y vieja, piojosa y maltratada, sujeta a una cadena que pendía de un aro sujeto a su nariz.

Se llamaba La osa Martina y cambiaba sus rutinas con el sonido de un pandero.

Se sentaba como la novia que espera a su novio.

Se erguía, enorme, en sus más 1.80 metros de altura, y extendía las zarpas para asustar a la chiquillada.

Se arremolinaba como si buscara el consuelo del sueño.

Al final de las rutinas aquel ciego pasaba a recoger monedas que tintineaban en un cazo o en un sombrero. Nadie supo dónde vivían ambos. Nadie supo cómo encontrarlos cuando desaparecieron de esas calles por donde se dejaban ver de vez en vez.

Afuera del Metro Juárez, a contados pasos de Radio Centro, a tres kilómetros del Hospital Infantil Dolores Sánz, frente a la Secundaria Técnica No. 23, otros olvidados de la Cuatroté se desperezan y comparten mona y besos en dos colchones. Tienen años aquí, afirman algunos de ellos. No quieren ayuda del gobierno. Quieren que los dejen en paz. ¡A chingar a su putamadreculero! Y nada de fotos porque exigen que se borre cualquier toma.

Están de malas.

No han comido.

No saben qué es el Covid-19.

No recuerdan, algunas de las chicas, quiénes son sus padres.

Esto ocurre sin que ningún funcionario federal o capitalino resuelva la situación de calle de estos jóvenes tan parecidos a los de la Guerrero evocados por Alejandro Cárdenas San Antonio.

Periscopio CDMX

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