Los tres tenían pavor por los aviones por lo que decidieron viajar a Praga por tren. Aquel trío de novelistas lo componían el argentino Julio Cortázar, el colombiano Gabriel García Márquez y el mexicano Carlos Fuentes. En la capital checoslovaca los esperaba otro escritor de leyenda. Era Milan Kundera.
En 1968, en México y en París y también en Praga, las juventudes se rebelaban y exigían que la imaginación tomara el poder. Ese era el telón de fondo de aquel encuentro que cambiaría la literatura para siempre. Entre tragos y caladas de tabaco frente al agua helada del Moldava, en aquel nevado diciembre, ardió la hoguera de la amistad para nunca apagarse. Ninguno de ellos, como escribió Massimo Rizante en la edición de la revista mexicana «Letras libres» en enero de 2021, sabía que los dos epicentros de la renovación del arte de la novela de la segunda mitad del siglo XX, el de Europa Central y el de América Latina, representado por «la generación del boom», se encuentran bajo “el mismo cielo estético”, como escribiría Kundera, iluminado ya por Cervantes, por Kafka y por la libertad de la gran poesía moderna, no solamente Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Mayakovski, Nerval o los surrealistas, sino también por Rubén Darío o César Vallejo. Al margen de las tradiciones novelescas francesa y angloamericana, aquellos conjurados de tinta reconducirían la mirada de la novela moderna hacia sus raíces, afirmando que antes que una representación realista del mundo, antes de cualquier “tradición de Waterloo” –en palabras de Fuentes–, la novela ha sido, y es, una fiesta de la imaginación y el pensamiento, un taller de lo posible, una experiencia donde la Historia no se toma totalmente en serio. De lo contrario, los novelistas no serían artistas sino columnistas, no serían creadores de un tiempo inminente sino aduaneros de los hechos consumados. Fuentes sintetizaría aquellos hallazgos en «Geografía de la novela XXX» (1993). Kundera lo haría en «El arte de la novela» (1986). A esos ensayos se suma una pasión literaria que se manifestó de mil maneras cuando cada uno volvió a sus bibliotecas y silencios creativos.“Pasé con ellos una semana inolvidable. Nos hicimos amigos», evocó Kundera. «Y justo después de su partida pude leer, todavía en pruebas de imprenta, la traducción checa de ‘Cien años de soledad’”.
“Viajábamos en tren desde París», recordaría siempre García Márquez, «porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión, y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerra atroces y amores desaforados. A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo, en que momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchicha con papas heladas. «Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíble, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonious Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas». “Este hombre», añadiría Fuentes refiriéndose al argentino Cortázar, «era una alegría porque su cultura era alegre. Gabriel García Márquez y yo lo recordábamos mientras pasaba revista a su conocimiento de la novela policial, en ocasión de un largo viaje a Praga en 1968, con la intención de salvar lo irrecuperable: la primavera del socialismo de carácter humano. Mientras el tren cruzaba la noche lo escuchábamos recordar la progenie del misterio dentro de los trenes, de Sherlock Holmes a Agatha Christie, a Graham Greene y Alfred Hitchcock». El comunismo nunca tuvo sentido del humor Tras la Segunda Guerra Mundial, como la gran mayoría de los jóvenes checoslovacos, Milan Kundera se había afiliado hacia 1948 al partido comunista pero sus bromas políticas en la Universidad Carolina de Praga lo convirtieron en algo parecido a un ‘hereje’ con relativa rapidez. Por eso se le expulsó de la matria comunista soviética en 1950, aunque en 1956 fue readmitido otra vez en la grey. En 1970, dos años después de que sus obras fueran censuradas, sería expulsado de nueva cuenta por no recconocer sus sucesivos «errores políticos» tras la Primavera de Praga y la posterior invasión soviética de Checoslovaquia. Poco después fue despedido de sus empleos como profesor en la universidad. De esa manera, en los años siguientes tuvo que ganarse la vida con varias ocupaciones, entre ellas la de pianista de jazz. Una luz distinta dentro de aquel pozo se avizoró en 1975 cuando hizo las maletas con su mujer, Vera Hrabankova, y se marchó a Francia, país en el que, por otro lado, las ventas de sus novelas comenzaban a crecer a buen ritmo. La satanización de los comunistas hacia él tendría otro lancetazo en 1981 cuando se le despojó de la nacionalidad checa.En los años setenta, como se aprecia en esta imagen de Associated Press, Kundera exudaba fama y juventud en su exilio parisino. Desde entonces el escritor insistía que su obra no era política —decía no escribir novelas de tesis ni comunistas ni anticomunistas—, pero sí le trajo no pocos problemas. En su primera novela, ‘La broma’ (1967), ridiculiza al régimen comunista convirtiendo la historia en una sutil crítica a los totalitarismos y su falta de sentido del humor, que también aparecería en novelas posteriores como ‘La despedida’, de 1973, ‘El libro de la risa y el olvido’, de 1979, y ‘La insoportable levedad del ser’, de 1984.Su sentido del humor, entre el absurdo y la ironía, le permitió hacer cohabitar, en sus primeras obras, un vago respeto por el canon socialista y una prosa entre poética y humorística donde el humor negro azabache
brillaba con intensidad en sus tramas y en el desenvolvimiento de sus personajes bajo el yugo prosoviético. Sin duda, el genio personal de Kundera se hizo definitivamente público y universal durante la Primavera de Praga, entre enero y agosto de 1968, cuyas protestas y objetivos consideraba muy diferentes, a su modo de ver, del Mayo francés de la época. La Primavera checa, a juicio de Kundera, era un proceso cultural muy profundo que aspiraba a reconstruir la matriz cultural y espiritual de Europa del este, víctima del totalitarismo comunista. En Praga llegó a escribir, no sin esperanza, se iniciaba la «descomposición de un régimen». Como otros autores detrás del llamado «telón de acero», el ruso Joseph Brodsy, el polaco Czeslaw Milosz, el húngaro Gyorgy Konrad, Kundera encontró en la literatura la mejor manera de expresar su disidencia hacia los preceptos comunistas y su afán de control social en todos los órdenes. Amigo del director de cine Milos Forman y del dramaturgo y posterior político Václav Havel, Kundera pedía, como ellos, una necesaria transformación democrática y cultural para su patria. La restauración militar del poder comunista, en el mes de agosto de 1968, convirtió a Kundera en un personaje peligroso para el nuevo régimen. Sus libros fueron prohibidos, perdió su trabajo como profesor en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos. Sobrevivió. Siguió escribiendo, con una ironía feroz, hasta que consiguió abandonar su patria, en coche, con su esposa Véra, para refugiarse en Francia, donde forjó su prestigio literario como «escritor disidente», calificativo que lo incomodaba tanto como las diferencias políticas que tuvo con sus contemporáneos. «En busca de consuelo» de Michael Ignatieff recoge una polémica de 1986 entre Kundera y Václav Havel donde cada uno expuso qué pensaba sobre el compromiso político, la esperanza y el escepticismo que colinda con el cinismo. El ambiente de la Praga de 1968 es inmortalizado en la trama de «La insoportable levedad del ser», apunta el periodista cultural madrileño Daniel Arjona. Y en esas jornadas arduas se ve a Havel y otros disidentes checos firmando peticiones de liberación de los presos políticos del régimen comunista tras la invasión soviética. Y Kundera pone en boca de un personaje de la novela que esas peticiones eran inútiles porque no iban a conseguir nada.Kundera y Václav Havel sostuvieron una polémica en 1986 donde cada uno expuso qué pensaba sobre el compromiso político, la esperanza y el escepticismo. Víctimas ambos del régimen comunista checoslovaco, diferían en la actitud vital que cada uno asumió ante la anulación de libertades en Checoslovaquia. En aquel diferendo, la esperanza de Havel se confrontó con el fatalismo de Kundera. FOTO Lidovky.cz»Veinte años después, la posición del escéptico y fatalista Kundera, que todo
mundo sabía que coincidía con la de su personaje», añade Arjona, «seguía escociendo a Havel y así lo manifestó en una entrevista. Havel no había dejado su país y habría sufrido cárcel y persecución mientras Kundera, recordaba, vivía cómodamente en París desde 1975. Pero había algo peor: ¿Por qué su compatriota se abandonaba a esa fatalidad que dicta que cualquier política es una pérdida de tiempo?». Havel no soportaba la desgana de Kundera: «Desde luego, la esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, con independencia de cómo acabe saliendo». La historia, concluía Havel, no es algo que ocurra en otro sitio, ocurre aquí, todos la hacemos, también Kundera con sus novelas. En 1989, Havel era vitoreado en la plaza de Wenceslao mientras el régimen comunista se hundía y él se perfilaba como el primer presidente de la transición democrática checoslovaca. ¿Pensó el dramaturgo que la historia se había puesto al fin de su parte? ¿La esperanza de Havel había vencido al fin al fatalismo de Kundera? «Año 2003», prosigue Arjona en su relato. «El ya ex presidente Havel visita Washington donde es recibido como un héroe. En el ascensor del Capitolio un admirador le asalta y le da las gracias por haber escrito ‘La insoportable levedad del ser’. «Maldito Milan, pensaría, ¿nunca te rindes? Y es que, como admitió más tarde Havel, divertido, que te confundan con uno de tus principales antagonistas, ‘es algo auténticamente kunderiano'». Por tales anécdotas, la obra literaria de Kundera significó un canto de libertad para sus lectores y una frase de él recuerda por qué razón escribía contra todo tipo de totalitarismo: «Para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria. Destruyen tus libros, tu cultura, tu historia. Alguien escribe otros libros, les da otra cultura, inventa otra historia; después, la gente comienza a olvidar lentamente lo que son y lo que fueron»Avivar la memoria para atenuar el exilio
De la misma manera que los franceses Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Albert Camus marcaron la educación sentimental de toda una generación en los años sesenta, las novelas de Kundera harían lo mismo con los universitarios de los años ochenta y los noventa que encontraron en sus libros respuestas y sueños por igual. Su literatura, entre el ingenio, la ironía y el absurdo kafkiano y el humor cervantino, en el parecer de la escritora española Paula Corroto, era intensamente seductora porque oscila entre el relato de asuntos de la vida cotidiana, la crítica política y la especulación filosófica acerca de los sentimientos, la identidad, las ideas, las relaciones humanas, el humor y el erotismo. Así, muchas de sus obras llevan títulos que aluden a conceptos y emociones: inmortalidad, olvido, lentitud, risa, amor.Entre 1967 y 1980 había escrito en checo una decena de novelas, entre las más famosas, como ‘La insoportable levedad del ser’ y ‘La inmortalidad’. Entre 1995 y 2013 se aleja de su lengua materna y publicó cuatro novelas en francés -La inmortalidad (1988), La lentitud (1995), La identidad (1998) y La ignorancia (2000)-, de una ironía volteriana la mayoría, como es el caso también de ‘La fiesta de la insignificancia’ (2014).
Ya en su primera novela ‘La broma’ descolla el humor como bisturí para analizar la sociedad comunista de Checoslovaquia al ser una sátira del estalinismo.Publicada en 1967, ganó un año más tarde, el año de la Primavera de Praga, el Premio de la Unión de Escritores Checoslovacos. Aquel fue su primer paso hacia el ostracismo y el posterior exilio. Su segunda novela, ‘La vida está en otra parte’ (1972), ganó el Premio Médicis de Francia a la mejor novela extranjera
En cambio, la novela ‘La insoportable levedad del ser’ es considerada la obra maestra de Kundera. Publicada en 1984, está ambientada en Praga durante 1968. El libro, con una gran carga trascendental, trata de las dudas existenciales de un hombre llamado Tomás acerca del amor y la vida en pareja y sus conflictos sexuales y afectivos. Sabina, su amante, enfoca la vida con ligereza, dándole poca importancia a la cuestión de la infidelidad. Teresa, la mujer de Tomás, sufre por las infidelidades de su marido, pero las acepta resignadamente
por miedo a perderlo. La novela fue llevada al cine en 1988 por Philip Kaufman, teniendo en los roles principales a Juliette Binoche y Daniel Day-Lewis. Amante incansable del amor, en el parecer del periodista italiano Roberto Saviano, Kundera plasmó en sus novelas al Eros totalitario que supera todo con su neblina irracional para mostrar lo que nunca obedecerá a la lógica. «(Kundera) desconsidera que todo cuerpo se cae, que toda relación termina, que el amor es una práctica perdida e ilusión, pero que está listo para relanzar la pasión perdonadora en la siempre y constante celebración de la libertad», escribió en sus redes sociales el autor de «Gomorra». Todo su trabajo es una constante excavación en las posibilidades de ser libre, de culpa, del dolor, libre en el espacio del orgasmo, constantemente cortejando lo nuevo, lo oscuro, lo imposible. Eres libre en la idea de que no te inclinas como vasallo y cobarde ante los regímenes».Aunque muchos lo ven como un narrador serio y comprometido con la libertad, en realidad, afirmó el narrador tampiqueño Martín Solares, Kundera es un novelista muy simpático, que aspiró a estar en la línea
de Diderot. «¡Qué divertida es su única obra de teatro, Jacques y su amo! ¡Qué manera de lograr que los personajes piensen y hagan teatro dentro del teatro!», consideró Solares. «Tan impactantes como sus novelas son sus ensayos literarios. En ‘El arte de la novela’ y ‘Los testamentos traicionados’ uno encuentra las conversaciones más nutritivas sobre la música de las novelas y la composición artística, sobre las herencias y voces que ofrece la novela». Tusquets es la editorial que publica sus libros en español. «Milan Kundera es algo más que un autor para nosotros, forma parte de nuestro ADN como editorial», ha manifestado el editor Juan Cerezo. «Vista con perspectiva, su obra traza como ninguna una retrato irónico y emotivo, humorístico y lúcido, de la condición humana, ya sea en regímenes comunistas, en momentos de ilusión por el cambio como la Primavera de Praga, o en la Francia contemporánea, donde diagnosticó las cuitas de nuestra vida europea».Otro Nobel que no fue
Kundera nació en el seno de una familia ilustrada, muy culta y acomodada. Su padre, Ludvik Kundera, pianista y musicólogo, le descubrió el arte de la composición, iniciándolo al estudio del piano. De su madre aprendió el arte de recibir y comportarse, en una sociedad que debía precipitarse en el infierno que coincidió con la ascensión del nazismo y continuó con la ocupación comunista de su patria. Aunque se hizo merecedor del Premio Jerusalén 1985, el Premio Austriaco de Literatura Europea 1987, el Premio Nacional de Literatura Checa 2007, el Gran Premio de la Academia Francesa 2001 y el Premio Franz Kafka 2020, el Nobel de Literatura de Estocolmo lo eludió hasta que se lo llevó consigo la infatigable muerte.