Julio Alejandro Cárdenas San Antonio
De pronto hay felicidad, también en las catástrofes surgen milagros. Al retirar cascajo y escarbar entre pilares encorvados aparecen algunas personas desmayadas y otras casi inconscientes; están maltrechas, se quejan, tienen severas heridas, fracturas expuestas, sangre mezclada con tierra, hay lesionados de todas las edades y sexos ¡pero están vivos! A estos los llevan lejos de los muertos, los atienden y auxilian con lo que hay y lo que pueden. No hay médicos, quienes tienen auto juegan el papel de ambulancia y llevan a los hospitales o Centros de Salud a quien lo necesita. Los que en el lugar se han recuperado, caminan atolondrados y buscan a sus familiares entre los que están cubiertos. Se escuchan de pronto gritos desgarradores y llantos inconsolables cuando reconocen un cuerpo.
Las emociones provocadas por pérdidas humanas son altamente contagiosas, los lamentos laceran y arrancan sollozos a los desconocidos. A las ruinas del Castillo llegó un hombre maduro corriendo no sé de dónde, desatado en verdadera locura por la evidente desesperación, grita desquiciado una serie de nombres mientras intenta remover bloques de pared y herrería, en un acto sobrehumano trata de quitar él solo montañas de cemento y mazacotes de fierros con ladrillos, en poco tiempo ya tiene las manos cortadas y ensangrentadas por los vidrios que hay por todos lados.
Periscopio CDMX