19-9-85 / 7:17:47. No soporto pensar que estén muertos mis amigos. Tercera y última parte

FOTO El Sol de México

Julio Alejandro Cárdenas San Antonio

De pronto hay felicidad, también en las catástrofes surgen milagros. Al retirar cascajo y escarbar entre pilares encorvados aparecen algunas personas desmayadas y otras casi inconscientes; están maltrechas, se quejan, tienen severas heridas, fracturas expuestas, sangre mezclada con tierra, hay lesionados de todas las edades y sexos ¡pero están vivos! A estos los llevan lejos de los muertos, los atienden y auxilian con lo que hay y lo que pueden. No hay médicos, quienes tienen auto juegan el papel de ambulancia y llevan a los hospitales o Centros de Salud a quien lo necesita. Los que en el lugar se han recuperado, caminan atolondrados y buscan a sus familiares entre los que están cubiertos. Se escuchan de pronto gritos desgarradores y llantos inconsolables cuando reconocen un cuerpo.

Las emociones provocadas por pérdidas humanas son altamente contagiosas, los lamentos laceran y arrancan sollozos a los desconocidos. A las ruinas del Castillo llegó un hombre maduro corriendo no sé de dónde, desatado en verdadera locura por la evidente desesperación, grita desquiciado una serie de nombres mientras intenta remover bloques de pared y herrería, en un acto sobrehumano trata de quitar él solo montañas de cemento y mazacotes de fierros con ladrillos, en poco tiempo ya tiene las manos cortadas y ensangrentadas por los vidrios que hay por todos lados.

Arroja lejos un sinfín de cosas que van apareciendo de manera inverosímil por debajo de todo el tiradero. Repite exaltado los nombres, encuentra un cadáver, no es la persona que busca, lo extrae con la ayuda de algunos voluntarios, más allá aparece otro cuerpo, tampoco es quien él busca. Yo nunca había presenciado el verdadero dolor de un ser humano implorando e invocando a Dios, aún más impetuoso que mi tía hace unos momentos, este hombre grita y vuelve a gritar sin límite los nombres de sus familiares, no se da por vencido, las manifestaciones de su intensa exasperación y frustración erizan la piel. Contra toda adversidad, no interrumpe su lucha y se nota que no atina por dónde escarbar con seguridad para llegar al origen de sus amargos lamentos.
En otro extremo, junto con más personas seguimos removiendo hormigón, argamasa y mortero. Cheli y yo estamos llenos de dudas y tenemos esperanza de que Enrique y El gandalla no estén aquí abajo, anoche que nos despedimos, acordamos en que hoy por la tarde vendríamos a buscarlos para continuar las revanchas de basquetbol y frontón contra los gandules de la banda del Yeyo. Además, acordamos que esta ocasión apostaríamos en cada partido para ganar dinero y después ir a jugar billar.
Entre las 10 mil víctimas de aquel sismo de 1985 estuvo el músico Rockdrigo González, quien falleció junto con su pareja cuando se derrumbó el edificio donde vivía en Bruselas 8, en la Colonia Juárez. FOTO National Geographic
¡Enrique y El gandalla no podían estar muertos! También quedamos que el sábado, pasado mañana, iríamos al Tianguis del Chopo. Daniel va a recibir una pulsera de piel que encargó hace una semana a un hippie, Cheli buscará un parche bordado con un diseño estrafalario para su chaleco de mezclilla y yo quiero comprar un disco de medio uso de Led Zeppelin.
Enrique y El gandalla aseguraron que irían con nosotros, pero que no comprarían nada porque de regreso quieren pasar a comer las quesadillas gigantes que venden dentro del Mercado Martínez de la Torre. ¡Por eso, estos dos cabrones no deben estar entre los muertos debajo de los escombros, hay cosas todavía pendientes por hacer juntos! ¡No, ellos no!
El fino polvo ya se volvió asfixiante. No tengo noción de cuánto tiempo ha pasado, otros apilan más cadáveres, calculo que hay 25, se duplican los lesionados, llegan más personas para auxiliar y comentan que por toda la
ciudad hay más casas y edificios desplomados, que es una inmensa confusión y faltan manos para rescatar a los atrapados. De nuestros amigos aún no hay rastro. Comienza la angustia, a ratos ya sospechamos cualquier cosa fatídica, nos atormenta un dolor agudo en el pecho, imaginamos en otro momento que están vivos, que quizá salieron de sus casas temprano, que están a salvo y experimentaron el sismo en otra parte, suponemos que están a salvo y experimentaron el sismo en otra parte, suponemos que sus madres los mandaron a la fila de la leche y aún no los despachan o algo por el estilo. ¿Pero y sus madres? Tampoco las hemos visto retirando escombros, no están por aquí.
Pasa el tiempo y no los miramos aparecer por ninguna calle bromeando, empujándose y sonriendo como siempre. Por la incertidumbre y la memoria de escenas inolvidables me comienzan a escurrir las lágrimas, no soporto pensar que estén muertos, son mis amigos y descubro en mí cuánto los aprecio y nunca se los he dicho. De Daniel tampoco sabemos nada. Limpia Cheli su rostro con el antebrazo, tiene los ojos rojos, hinchados e inundados. También él presagia lo peor con Enrique y El gandalla. Mientras más expurgo y remuevo escombros, más me introduzco nostálgico en el recuerdo de las aventuras con mis amigos ahora desaparecidos.

 

Periscopio CDMX

 

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