Por Arturo Mendoza Mociño
Con las balas que escupe su 45 y los insultos que brotan de su bocaza y conciencia, el sicario Filiberto García mata por encargo y con eficacia. Sin duda, como apunta el narrador tijuanense Luis Humberto Crosthwaite, El complot mongol de Rafael Bernal es la novela donde hay más “pinches” por página en toda la historia literaria mexicana, pero también es una de las pocas obras de los años sesenta que critica abiertamente al sistema político mexicano, dominado en esa época por los llamados “licenciados”, quienes al igual que sus antecesores, los generales revolucionarios, arreglan sus diferencias a balazos.
Crosthwaite ha terminado, en mancuerna con el dibujante Ricardo Peláez, la versión en comic de El complot mongol, la novela más celebrada de Bernal (Ciudad de México, 1915-Berna, Suiza, 1972). El 5 de mayo del año 2000 se presentó el primero de los cuatro volúmenes editados por VID, con un tiraje de 12 mil ejemplares, en una convención de historietistas.
Con humor negro y cierto nihilismo que deviene en cinismo, Bernal narra la historia de cómo Filiberto García es designado por un par de encumbrados políticos para infiltrarse en el Barrio Chino de la calle de Dolores para ejecutar, con la ayuda de agentes del FBI y la KGB, a los integrantes de una conspiración mongola que pretende matar al presidente de Estados Unidos en su visita a México.
La vigencia y las permanentes reediciones de la novela de Bernal, a juicio de Crosthwaite, se deben a que la trama va revelando que el supuesto complot contra el político estadunidense es, en realidad, una conspiración de políticos priistas para matar al presidente mexicano y ocupar la silla del Palacio Nacional. En suma, indica el tijuanense, se trata de una más de las historias del poder de esa familia que recurre a las balas cuando no hay acuerdo posible.
¿Por qué no tengo miedo de matar?
“Porque toda la pinche vida he tenido tiempo”, sostiene Filiberto García. “Matar no es un trabajo que ocupa mucho tiempo, sobre todo desde que le estamos haciendo a la mucha ley y al mucho orden y al mucho gobierno. En la Revolución era otra cosa, pero entonces yo era muchacho”.
El rostro de este hombre de más de sesenta años es moreno e inexpresivo. La boca permanece casi siempre inmóvil, incluso cuando habla. Sólo hay vida en sus grandes ojos verdes, almendrados. Cuando era niño, en Yurécuaro, le decían El gato, y una tampiqueña, otra hembra de tantas que ha tenido, lo llamaba Mi tigre manso. ¡Pinche tigre manso! Aunque sus ojos se prestaban a un apodo así, el resto de la cara, sobre todo el rictus de la boca, no animaba a la gente a usar apodos con él. Quien lo hacía no vivía más.
¿Sus amigos inseparables? Una pistola calibre 45 que siempre trae consigo y un cuchillo que, tras hundirse en otras carnes, “ya solito sabe el oficio”.
¡Pinche partido!
En su juventud, Rafael Bernal fue sinarquista y víctima de exilios y encarcelamientos. Fue un escritor solitario que dedicó buena parte de su vida a viajar por todo el mundo. Lo mismo residió en Estados Unidos que en países del Medio Oriente y Europa. Frecuentó la poesía, el teatro, la narrativa. Realizó también guiones para la televisión. En varias de sus obras las tramas reflejan el orden social del México nacido después de la Revolución Mexicana.
El uso de groserías y la reproducción del mundo de la droga y la criminalidad de la Ciudad de México, recursos que nadie había utilizado hasta el momento, a juicio del crítico literario Ilán Stavans, han contribuido a la permanencia de El complot mongol y a que se haya convertido en un modelo literario seguido por Paco Ignacio Taibo II.
También esta obra, apunta Stavans en su libro Antihéroes. México y su novela policial, se convirtió en un antecedente de La cabeza de la Hidra de Carlos Fuentes, con la cual comparte varios paralelismos: los dos protagonistas son mujeriegos y ambos se enfrentan a confabulaciones que pretenden desestabilizar a México.
Félix Maldonado, el detective burócrata de Fuentes que trabaja en la Secretaría de Fomento Industrial, colabora con los estadunidenses y los israelíes contra los árabes, mientras que el matón de Bernal impide una revolución maoísta en Cuba y el posible asesinato del presidente de Estados Unidos.
Pero hay una diferencia fundamental entre ambos personajes, señala Stavans: “Maldonado es un detective culto y el segundo no; de hecho, sabemos muy poco del pasado de García mientras que de Maldonado se conoce que cursó estudios en Nueva York, en Columbia University, y que su jefe se comunicaba con él a través de contraseñas que provienen de Shakespeare”.
En defensa de Filiberto García, apunta Crosthwaite, hay que tomar en cuenta que se trata de un sicario a sueldo de jefes revolucionarios y políticos que no hace preguntas y cumple con su trabajo, pero que es capaz de desentrañar y desarticular una intriga política cuando se lo propone.
La solución gangsteril
En uno de los pasajes de El complot mongol, Bernal escribe: “México, con cierta timidez, le llama a la calle de Dolores su barrio chino. Un barrio de una sola calle de casas viejas, con un pobre callejón ansioso de misterios. Hay algunas tiendas olorosas a Cantón y Fukien, algunos restaurantes. Pero todo en el color, las luces y banderolas, las linternas y el ambiente que se ve en otros barrios chinos, como el de San Francisco o el de Manila. Más que un barrio chino, da el aspecto de una calle vieja donde han anclado algunos chinos, huérfanos de dragones imperiales, de recetas milenarias y de misterios”.
Ese es el ambiente que frecuenta Filiberto García para jugar ese póker “silencioso y terrible” del chino Pedro Yuan, mientras arriba chinos viejos se entregan al placer de fumar opio, fumadores que cada día eran más viejos y más pobres.
Para Crosthwaite, el principal reto, al momento de realizar el guión de esta novela, fue el condensar la trama a diálogos básicos que permitieran la interacción de escenas clave que Ricardo Peláez ilustró con técnica cinematográfica y a colores cuando transcurrían en el presente y en tonos sepias cuando se trataba de flashbacks.
Ambos trabajaron en este proyecto vía correo electrónico. Desde Tijuana, por ejemplo, Crosthwaite hacía llegar a su compañero un catálogo de sombreros usados en los años sesenta para que eligiera el más acorde a la personalidad de Filiberto García. Mientras tanto, Peláez revisaba fotografías de la época o realizaba recorridos por la calle de Dolores o visitaba la cantina La Ópera, lugares donde transcurre la trama, para enriquecer su trabajo.
Para Peláez se trata del trabajo de más largo aliento y mayores retos en su trayectoria porque, en muy contadas ocasiones se han llevado a la historieta novelas de corte policiaco escritas por mexicanos.
El integrante del Taller del Perro sostiene que este tipo de trabajos deberían ser más frecuentes para ampliar la difusión de ciertas obras literarias que mantienen su vigencia a lo largo del tiempo.
“A cualquiera sorprende la actualidad de esta novela que nos recuerda inmediatamente el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el hecho de que en varios momentos de nuestra historia las cosas no se arreglaron con negociación sino con armas. La solución gangsteril, a la mexicana, da materia prima para elaborar más trabajos de este tipo”, explica Peláez.
A su juicio, el matón Filiberto Peláez no es una víctima del sistema político para el cual trabaja, sino un peón más que cumple con las órdenes que recibe.
Esa chinita debilidad
Mientras sus jefes indican a Filiberto García que tendrá que trabajar en colaboración con el espía ruso Iván Mikailovich Laski y el agente del FBI Robert Graves para acabar con el complot mongol, el asesino a sueldo se enfrenta en diferentes momentos a su más grande debilidad: Martita. A pesar de haberse despachado a generales, sacerdotes y hombres de toda calaña y sin remordimiento alguno, García dice que “se vuelve maricón” cada vez que ve a Martita, quien vive recluida en la tienda de Xavier Liu.
Su historia es, por lo demás, trágica: “A mi padre lo mataron los japoneses en un bombardero. Y mis dos hermanos se fueron con un ejército, a una de esas guerras que siempre tienen allí. Y mi mamá se murió de hambre y me recogieron unas monjitas en Cantón. Mi mamá era peruana. Y allí en el convento murió una muchacha hija de una mexicana, nacida en México. Su padre que era chino se la había llevado y nadie sabía de él. Y la pobre se murió del hambre que había pasado. Luego las monjitas tuvieron que salir de Cantón y se fueron a Macao y me llevaron con ellas y me dieron el pasaporte de la muchacha mexicana”.
Así recaló Martita en México, en el callejón de Dolores para inquietar al matón. Para Peláez éste es uno de los personajes que mejor revelan las contradicciones internas de Filiberto García, quien siempre busca aparentar frialdad en sus actos, pero que titubea ante la osadía de la joven que busca, a toda costa, vivir con él.
Tanto Crosthwaite como Peláez debatieron durante largas horas las características de este personaje femenino. Crosthwaite envió a su compañero un catálogo con fotos de chicas orientales desnudas para construir el rostro y el cuerpo del deseo de Filiberto García, pero Peláez, apelando el origen peruano de la muchacha, dibujó a una joven latina.
Esos fueron los desacuerdos entre los creadores de este comic que pretendía presentarse el año pasado cuando la novela cumplió dos décadas de su aparición. Aunque el final de la historieta no fue adelantado por sus hacedores, Bernal concluyó su historia con la frase pronunciada por Filiberto García después un par de ejecuciones: “¡Pinche soledad!”