Elena González/ Periscopio CDMX
La Universidad Obrera de México (UOM) es una de las tantas joyas que podemos encontrar en el Centro Histórico de la Ciudad de México, no solo por la belleza arquitectónica del inmueble virreinal que la aloja, sino por el valor histórico que tienen esta institución como testigo y albacea de la historia del movimiento obrero y sindical nacional, además de estar ubicada en la enigmática calle de San Idelfonso, donde se combina el aire académico con el ambiente de barrio antiguo y “pesado”, donde deambulan indigentes y adictos.
Fue fundada en 1936 por el sindicalista Vicente Lombardo Toledano, quien también fundó la Central de Trabajadores Mexicano (CTM), con la idea de formar cuadros dirigentes entre trabajadores mexicanos en función de sus intereses de clase. Básicamente inició como un centro de estudio, investigación sobre el sindicalismo y el movimiento obrero y de capacitación para trabajadores, pero a la fecha tiene una oferta educativa que incluye la licenciatura en Derecho avalada por la UNAM y un programa educativo de técnico superior en colaboración con la Universidad Iberoamericana, además de la capacitación en diversos artes y oficios. La UOM también funge como un foro cultural donde se proyectan documentales y películas, se imparten conferencias y otros eventos culturales.
La Obrera significó un tipo de experiencia religiosa para mí cuando, en el último año de la década de los 80 y aún cursaba la universidad, tuve la oportunidad de colaborar en el proyecto de la edición de un boletín sobre sindicalismo en América Latina junto a uno de mis profesores que admiraba y respetaba. En ese entonces la UOM tenía una alianza con lo que se denominó el bloque de países socialistas de Europa Central y del Este y por supuesto con los países de Latinoamérica con democracias emergentes. Además de la labor de formación e investigación las instalaciones de la universidad se habilitaban para dar albergue a refugiados políticos o visitantes de esas naciones. Para una estudiante de Sociología como yo, con una formación con enfoque marxista leninista desde el Colegio de Ciencia y Humanidades (CCH) este ambiente era realmente alucinante. Además era una época donde latía la utopía de la revolución obrera entre las nuevas generaciones.
Por otro lado, la fascinación que desde entonces tenía por el Centro Histórico complementaban mi devoción por ese espacio: Llegar desde Azcapotzalco donde vivía en un Ruta 100 que en esa época circulaba por esa zona, atravesar todos días el Templo Mayor, la Catedral Metropolitana, recorrer la amplia calle a desnivel de San Idelfonso que conserva su estructura de acueducto. Me gustaba ir por la parte baja. A la salida, me detenía un poco a contemplar a los danzantes y escuchar los cantos prehispánicos. Realmente disfrutaba mis recorridos cotidianos por esos lugares.
Pero llegó la desintegración del bloque socialista, la caída del muro de Berlín y con ello el colapso de las utopías de los jóvenes de esa generación, desencantados también de los movimientos guerrilleros centroamericanos que engendraron más gobiernos corruptos y tiranos. Aunado a ese panorama mundial, se sumó mi decepción personal por los bajos sueldos (sueldo mínimo para la mayoría), las anomalías laborales que paradójicamente se registraba en la UOM, así como los rumores entre el mismo personal de la supuesta corrupción y cacicazgo por parte de la maestra Adriana Lombardo Toledano, hija del fundador y quien fungió como presidenta vitalicia de la asociación civil que rige a la universidad. Se decía que utilizaba como servidumbre a los trabajadores para hacer mantenimiento a su casa sin ningún pago adicional.
Regresando lo valioso de la Universidad Obrera, destaca el acervo de su impresionante biblioteca, que fue inaugurada por el mismísimo escritor Salvador Novo, la cual contiene unos 20 mil libros especializados en el movimiento obrero y temas sociales que se complementa con una videoteca. Aquí también podemos encontrar un archivo personal de Vicente Lombardo Toledano que incluye cartas, telegramas, artículos, notas de trabajo, conferencias, cátedras. No menos atractivo son sus instalaciones equipada con una majestuosa estantería de madera y pisos de parquet.
El recinto donde opera la Universidad Obrera desde 1964 se ubica entre el colegio de San Idelfonso y la plaza Loreto, fue construido por los jesuitas, alojó anteriormente al Colegio de San Gregorio y conserva la estética de los inmuebles de la época, un amplio patio con fuente y exuberantes jardineras. También se puede apreciar un mural de David Alfaro Siqueiros, quien forma parte de su consejo. Posea además unas bóvedas de tezontle donde se habilitó un comedor para los trabajadores de la institución. Se complementa con la cafetería El Linotipo, donde se puede admirar la máquina que le da el nombre. Todas las instalaciones de la Universidad Obrera están abiertas al público.
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