El llamado de Catedral: campanas que estremecen

Luis Eduardo Alcántara/ Periscopio CDMX

Tres veces por día, estas piezas históricas de sonido fastuoso nos llaman a congregarnos en el templo mariano. Foto: Internet

Todas ellas se dan cita en la Catedral Metropolitana, ubicada en el Zócalo de la Ciudad de México. Relumbran de tan armónico cuerpo. Van caladas, van probadas, van por la vida con un temple de acero, con una sonoridad tan fastuosa que diariamente imprime nuevos brillos a su longeva existencia. Tres veces al día nos llaman a congregarnos en el templo mariano: a las 9 de la mañana., al mediodía -hora del Ángelus- y a las 15 horas, o simplemente a poner atención en el horario que se cierne sobre el gran Valle de México, ese que alguna vez fue transparente, ese que acoge en su bóveda inmensa el repiqueteo estremecedor de sus adentros, entre el coro permanente de vendedores, puestos de música clonada, bocinazos, alboroto.
He aquí algunos de sus nombres: Santa María de la Asunción, también conocida como “Doña María”, la más antigua del templo capitalino, inmediatamente después viene “La Ronca”, nombre cariñoso que el pueblo dedicó a la campana de San José. Son las dos más antiguas. La primera data de 1578 y pesa siete toneladas, mientras que “La Ronca pesa cuatro y permanece en la iglesia desde 1654. En total podemos observar 35 campanas en el sitio, 35 artefactos sonoros distribuidos en ambas torres del imponente edificio neoclásico, y que alcanzan los 67 metros de altura. En la torre oriente hay 23, 11 en la poniente y una más localizada en otra parte del inmueble.
Por lo general el sonido que escuchamos es obra de las campanas más importantes. Algunos de sus nombres son: San Pedro, San Pablo, San Gregorio, Santo Ángel Custodio, Purísima Concepción, San Juan Bautista, San Juan Evangelista, Señora del Carmen, Santa Bárbara, Santa Ana, y «La Castigada» (de la que platicaremos más adelante). Debido al tamaño y peso de cada una, tienen distinto sonido, lo cual se debe al bronce, cobre y estaño, materiales con que están fundidas. En consecuencia, el peso se mide en quintales (un quintal equivale a 46 kilos) o en arrobas (un arroba equivale a 11.5 kilos).

De acuerdo con la Arquidiócesis de México, todas se tocan al mismo tiempo sólo en fechas significativas como el fin de año, el Jueves Santo, la Pascua, el Corpus Christi, el 15 de septiembre -después del Grito de Independencia-, en Navidad y Año Nuevo. El 15 de agosto también porque en esa fecha se conmemora a la Virgen de la Asunción, que es la patrona de la Catedral, o cuando viene de visita algún Papa, como ocurrió con Juan Pablo II.

El área de cultura y turismo de la iglesia ofrece recorridos todos los días a partir de las 10:40 horas. Foto: Internet.

Subir a uno de los campanarios para estar en contacto con estos históricos objetos es una experiencia además de original, emocionante. El área de cultura y turismo de la iglesia ofrece recorridos todos los días a partir de las 10:40 horas. El último es a las 7:00 pm, y el costo es realmente económico. Para contratar el servicio, simplemente debemos acudir al módulo ubicado en la entrada oriente de la Catedral.
Al comenzar el ascenso, la primera sorpresa que nos encontramos son las escaleras de caracol, que datan del siglo XVIII. Estas se ubican en el centro del campanario. Son bellas y recias, también con historia, poseen un estilo único que va de acuerdo con la arquitectura misma del templo. Son de cedro y los 10 postes que las sostienen son de una sola pieza, aunque los escalones no están clavados, sino ensamblados, según datos de la Arquidiócesis. El edificio por dentro es fresco, ligeramente oscuro, ambiente que le impregna cierto misticismo de historia centenaria. Caminar entre sus muros es adentrarse en una parte importante de la historia de nuestro país.

Desde ese punto se puede observar ángulos insólitos del valle metropolitanto y de la propia iglesia. Foto: Internet.

El llegar a la parte más alta de la torre -68 escalones atrás- y contemplar a nuestros pies la plancha del Zócalo realmente es casi una experiencia religiosa, pues desde ese punto se puede observar ángulos insólitos del valle metropolitanto y de la propia iglesia, con sus marquesinas y sus techos piadosos. Sobre cúpulas heridas de grietas se acomodan los visitantes. La campana “La Ronca” luce enorme, al igual que el badajo y el booooomm que nos imaginamos produce el estrellarse contra el bronce y contra el asombro del ciudadano común.
Cada campanada es una explosión de metales ensordecedores. Ríen los visitantes y toman selfies. Ríe el guía de turistas porque ellos ríen. Abajo la ciudad. Y lejos los campos. Todavía es posible asombrarse en el Centro Histórico. Verdad incuestionable. Pero ¿Cómo ocurrió aquello de castigar una campana? Hagamos un poco de historia.

En 1943 murió un campanero al ser golpeado por una campana, a ésta se le retiró el badajo para que no volviera a sonar. Foto: Internet

La Catedral Metropolitana, obra representativa del virreinato y testigo de buena parte de la historia de la ciudad, comenzó a construirse por iniciativa de Hernán Cortés en 1571 y fue concluida en 1813. Se da como un hecho que el propio capitán español facilitó uno de sus cañones para que fuera elaborada la primera campana que alojó la iglesia primigenia. Más tarde, en el proceso de construcción, intervinieron varios arquitectos, como Juan de Cuenca y Claudio de Arciniega, pero fue hasta 1793 cuando el artista valenciano Manuel Tolsá recibió la obra, en que pudo terminarse 20 años más tarde, rematando la misma con diversas esculturas y ornamentos.

De acuerdo con información que proporciona el templo, en 1943, en un accidente en el que murió un campanero al ser golpeado por el contrapeso de una campana, a ésta le fue retirado el badajo para que no volviera a sonar. El vulgo la bautizó como «La Castigada». Y bajo esta condición permaneció más de cinco décadas, con una cruz roja plasmada sobre la superficie. Durante el recorrido, también es posible observarla un breve momento. En la vergonzosa y muda condición permaneció hasta el comienzo del nuevo milenio.
En el año 2000, justo en el Año del Perdón — según la religión católica—, la indulgencia le fue finalmente concedida y la campana fue desatada y el badajo volvió nuevamente al lugar que le correspondía. Por cierto, la campana mayor de la Catedral se llama Santa María de Guadalupe, fue fundida por Salvador de la Vega en 1791 y es la más pesada: 13 toneladas; su badajo pesa entre 250 y 260 kilogramos. En contraparte, la campana más pequeña pesa 50 kilos y sólo se toca los sábados de gloria en la noche para anunciar la resurrección de Cristo.

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