Así se le conoce a este barrio capitalino desde tiempos virreinales, ubicado a las afueras de la traza, justo detrás de La Merced. Desde su origen, la miseria fue su característica. Hasta ese lugar conocido como Amacuitlapilco, se iban a refugiar los indígenas desplazados, que no hallaban acomodo en la ciudad virreinal. Su nombre se debe a una isleta que sobrevivía en medio del cada vez más desecado lago de Texcoco. Parvadas de patos llegaban al lugar, lo que aprovechaban los indios para cazarlos, pelarlos y después venderlos en la plaza mayor. Existen otras versiones pero todas coinciden en lo principal. Con el paso de los años el barrio adquirió forma y fama, puesto que se convirtió en sitio ideal para el refugio de ladrones, malvivientes y en general, las personas señaladas de la sociedad de entonces. Su punto de reunión, una plazuela enfrente de la iglesia de La Purificación de la Virgen María, también conocida como del Rosario o de La Candelaria, que aun permanece con severas modificaciones. La mitología popular entronizó a La Merced y La Candelaria de los Patos, como el corredor más peligroso del Centro Histórico, calificativo bien ganado pero que no ensombrece la vocación eminentemente comercial de muchos otros de sus moradores.
Ellos convirtieron a la zona comercial de La Merced como la más importante del país. Se dice que en los años sesenta llegó a comercializar hasta 30 toneladas diarias de alimentos, una bonanza que desapareció definitivamente con la creación de la Central de Abastos en los años ochenta. Hoy andar por esas calles equivale a respirar historias de barrio con olor a ferreterías, vecindades, cocinas económicas, trajinar de burócratas y de ciudadanos que apresurados se dirigen a los Juzgados del Registro Civil, que actualmente ocupan uno de los extremos de la plaza.
En cierta ocasión, Lance Wyman, diseñadora del logo que representa a La Candelaria en el Sistema de transporte Colectivo Metro, explicó que el ícono de la estación representa un pato en el agua: “El sitio elegido para ese barrio estaba casi despoblado pero, era muy fértil debido a la humedad del suelo producida por la vecindad de los lagos que cubrían gran parte de la gran Tenochtitlan, esto origina que acudan a esa zona una gran cantidad de patos. La plazuela y todo el barrio fueron demolidos, y en su lugar se levantaron nuevos edificios.” Héctor García (qepd), también conocido como el fotógrafo de la ciudad, trazó con su cámara durante 65 años el itinerario de un México nostálgico y moderno, pero además nació en este barrio, donde según las consejas populares te robaban los calcetines sin quitarte los zapatos.
“Desde los tempranos años en que dejé mi casa –a los siete- cumpliendo fatalmente el destino que me auguró mi madre, cuando me bautizó como Pata de Perro,me fui a vivir a las aceras de Bucareli donde vendía periódicos, me convertí en habitante de la calle… allí dormitaba… cerca de unos respiraderos por donde salía aire caliente”, dijo alguna vez en entrevista el maestro García. Entre muchas otras cosas, a él le debemos un portafolio muy emotivo centrado en los personajes que habitaron La Candelaria de los Patos, a mediados del siglo pasado, y que no podíamos desaprovechar para acompañar este artículo inicial en Periscopio.
“El sitio elegido para ese barrio estaba casi despoblado pero, era muy fértil debido a la humedad del suelo producida por la vecindad de los lagos que cubrían gran parte de la gran Tenochtitlan, esto origina que acudan a esa zona una gran cantidad de patos”.
Créditos: Taringa, Fundación Archivo Héctor García; Lance Wyman