Arturo Mendoza Mociño
Tras su entrada triunfal a Ciudad de México, el 11 de enero de 1861, Benito Juárez encendió la mecha que abrasó y desapareció un patrimonio cultural para siempre.
El 2 de febrero, como cuenta con agilidad felina Fernando Benítez en su biografía sobre Juárez (Un indio zapoteco llamado Benito Juárez/Taurus/1998), el Benemérito de la Patria decretó la secularización de los hospitales y demás establecimientos de beneficiencia que hasta ese entonces estuvieron administrados por el clero.
Tal decreto complementó la Leyes de Reforma y el 13 de febrero, bajo la custodia de San Blas según el santoral católico, Juárez ordenó que los veintidós conventos de monjas existentes en la capital sólo quedaran nueve, que a ocho de ellos fuesen trasladadas las monjas de los trece restantes y que no se hiciese cambio alguno en el de Santa Teresa Antigua, donde ahora opera el Centro Cultural X’Teresa Arte Actual que fue dirigido, en su primera etapa y de manera dignísima, en los años noventa, por el artista plástico Eloy Tarcisio.

en esta capital, coexiste en el almácigo de tiempos históricos: de la Gran Tenochtitlán se pasó a La Ciudad de Los Palacios para terminar, tras la Guerra de Reforma y la Revolución Mexicana, en ¡la MegaCalcuta!, como el cronista Carlos Monsiváis llamó a la megalópolis hacia los años noventa por sus 25 millones de habitantes. Esta joya bibliográfica es resguardada por la Biblioteca Lerdo de Tejada (República de El Salvador 49) que está bajo la hégida de la Secretaría de Hacienda. FOTO Arturo Mendoza Mociño
En aquellos días hacer procesiones era un delito. Llevar vestimentas religiosas, sotanas, cofias, rosarios, también.
«Ya desalojados los conventos entró la piqueta y (los liberales) destruyeron obras de arte, tal vez las mejores del continente americano. Arrasaron claustros, jardines y albercas; altares y hasta tumbas de sus cementerios. (…)
«Los fueros eclesiásticos eran muy codiciados. Cuando a la marquesa Calderón de la Barca le preguntaron qué le gustaría llegar a ser, contestó sin pensarlo: ‘Quisiera ser el Arzobispo primado de México’. El arzobispo vivía en un palacio y mandaba tanto o más que el propio virrey de la Nueva España. Se le veía pasar en su lujoso carruaje, bendiciendo a una multitud arrodillada», detalla Benítez, padre del periodismo cultural mexicano, en la página 151 de su biografía dedicada a Juárez.
La falta de planeación y la desorganización frustraron las disposiciones del presidente, atareado en otras urgencias. Sin embargo, Juárez salvó varias bibliotecas mientras iglesias como la de Capuchinas y la Merced desaparecieron y sólo quedó registró de sus riquezas por algunas pinturas, referencias literarias y litografías.
El erudito José Fernando Ramírez y el historiador Manuel Orozco y Berra fueron designados por el mismo Juárez para catalogor y fundar una Biblioteca Nacional que ocuparía parte del vasto convento de San Agustín. En ese acervo estaban los libros de los jesuitas en donde habían códices, mapas, incunables de Europa y de México.
No ocurrió lo mismo con Santa Teresa Antigua que fue desmatelada en su totalidad y convertida en una vulgar bodega tras haber sido una de las joyas más excelsas del barroco hispanoamericano.
Levantada con la fe y la devoción características de la Orden de las Carmelitas Descalzas, Santa Teresa Antigua estaba engalanada con veinticuatro lienzos del pintor novohispano Luis Juárez, quien plasmó varios pasajes de la vida y obra de Santa Teresa de Ávila. Una de sus cúpulas es obra del arquitecto Lorenzo de la Hidalga y Juan Cordero también fue convocado para realizar otras pinturas de las que sólo se tienen referencia bibliográficas.


¿Por qué?
Porque esas pinturas se perdieron o terminaron en colecciones particulares muchos años después y todas ellas forman parte del torbellino de historias que se desató con la picota de la Ciudad de los Conventos en donde también persiste el recuerdo de generosos personajes, como ocurrió con el oidor Longoria, quien proporcionó la madera que fue trabajada en fina ebanistería, y que brila tanto como la católica devoción de la Marquesa de Guadalcazar quien donó los muebles y los hábitos de las religiosas que se distinguieron de sus pares en otros conventos.
Periscopio CDMX