Alejandro Cárdenas San Antonio
César Sánchez tiene 63 años y es un destacado miembro de la Coalición de Libreros y organizador de la Feria de Libros de Ocasión que se realiza desde hace 32 años en el Centro Histórico de Ciudad de México.
Ahora esa feria por fin tienen su espacio fijo a un costado del Palacio de Bellas Artes en los meses de febrero y marzo, cuando antes eran itinerantes. Sánchez, como tantos de sus colegas, es un erudito y basta deslizar algún comentario para corroborarlo.
¡Yo tengo otra deformación profesional! –refutó en ese tono cáustico característico de quienes poseen un almanaque adjunto a su amplio bagaje cultural.
El gran auge de librerías con novedades y libros de ocasión y la amplia zona comercial de las librerías que existió en primer cuadro de la ciudad de México se debe, en varios sentidos, al Barrio Universitario, añade.
Sánchez, quien también es promotor cultural, considera que para entender esta expansión de librerías por el primer cuadro de la ciudad se debe consultar a Juana Zahar Vergara por su libro Historia de las librerías de la Ciudad de México donde habla del papel de la Real y Pontificia Universidad de México que desde 1551 fue pionera en América en las cátedras universitarias de teología, escritura, cánones, leyes, artes, retórica y gramática.
La sede de la Real y Pontificia Universidad de México aún está en pleno Zócalo, en el palacio del marqués del Valle, en el actual Monte de Piedad, cuando originalmente estuvo en las actuales calles de Seminario y República de Panamá, frente a las ruinas del Templo Mayor.
Zahar menciona en su libro que el momento clave de la llegada de la imprenta a México en el siglo XVII determina el gusto por la lectura en el país, destaca la replicación de obras y la impresión de nuevos libros, algo semejante a lo que conocemos como edición, aunque en aquellos días era fundamentalmente un material eclesiástico también había falsificación.
El periodista Humberto Musacchio es autor del folleto El Mester de Librería que editamos en Coalición de Libreros, explica Sánchez, donde se afirma que el Barrio Universitario fue un enclave privilegiado para la comercialización de libros. Hay que leer las narraciones de Ángeles González Gamio que aparecen en el periódico La Jornada, (porque) ella escribió que el primer cuadro ha sido siempre el corazón y la luz en esta ciudad, a Vicente Quirarte, que por cierto vivió en Donceles, a ellos hay que consultar y así entender que hoy esas librerías de Donceles son un rezago, apenas una sombra de lo que ya es historia, es polvo de viejos lodos y actualmente las que miras con libros viejos y de segunda mano son locales rentados por una familia con tradición en este negocio yque son los López Casillas.
¡Goooya! ¡Cachún, Cachún, Ra, Ra, Ra!
Y quién mejor para conocer la historia del barrio universitario sino la misma UNAM con la publicación del libro 1910: La Universidad Nacional y el Barrio universitario, que apareció en el marco del centenario de la Universidad, junto con otras conmemoraciones del año 2010: el bicentenario de la Independencia y los cien años de la Revolución Mexicana.
José Narro Robles, entonces rector de la Máxima Casa de Estudios, mencionó en el prólogo:
“…reconstruir la historia del vínculo que creó la Universidad Nacional en 1910 con el llamado barrio universitario, la comunidad universitaria de entonces no sólo desarrollaba actividades académicas y culturales en un conjunto de valiosos predios arquitectónicos e históricos, sino que allí vivía y transcurría su vida cotidiana. El atractivo de las librerías, los cafés, los clubes, así como la oferta cultural y de entretenimiento que brindaban los teatros, cines, billares y bares, estimularon el desarrollo de las actividades intelectuales más sobresalientes del país”.
Las antiguas casonas, templos y edificios del siglo XVI, fueron sedes para estudiantes. La misma Real y Pontificia Universidad de México, el Palacio de la Autonomía, la Academia de San Carlos, el Antiguo Colegio de San Ildefonso, la Antigua Escuela de Jurisprudencia, el Museo de las Constituciones, el Palacio de la Escuela de Medicina, la Antigua Escuela de Economía, el Palacio de Minería, el Antiguo Templo de San Agustín…
De tan sólo imaginar el furor de aquel Barrio universitario, todo cobra sentido, porque quien escribe estas líneas es egresado de la UNAM, tomó clases en aulas de la Prepa 9 y la ENEP Acatlán, y no se puede dejar de sentir profunda emoción al recordar ese tiempo sin tiempo, a los compañeros y profesores clave, los amores y los desaires, las parrandas y las sobradas angustias académicas, los logros y los descubrimientos, el humanismo, y el lema que lanzó el escritor José Vasconcelos:
¡Por mi raza hablará el espíritu!
Y el coro que une a los universitarios de todas las generaciones: ¡Goooya! ¡Goya! ¡Cachún, cachún, ra, ra! ¡Cachún, cachún, ra, ra! ¡Universidad!
El clima cultural del primer cuadro en 1910 habría sido efervescente como el alka-seltzer, bullicioso y estimulante como la cerveza y el cigarro hasta la concesión de la autonomía universitaria en 1929.
Es indiscutible que amainó el comercio en el primer cuadro cuando la Universidad Nacional Autónoma de México se estableció en Ciudad Universitaria en 1952 y las actividades académicas junto con la algarabía de los viejos condiscípulos emigraron del amplio radio de un desbaratado Templo Mayor hacia el sur, a los suelos volcánicos del Xitle, cerca de la pirámide de Cuicuilco, el lugar donde se hacen cantos y danzas.
Nomadismo y pasión
Sergio Torres se entusiasma cuando detalla cómo organizan él y su familia su participación en alrededor de 200 ferias de libros al años y que comienzan en Los Ángeles, California, transitan por Tijuana hasta llegar a Cancún y concluir en Guatemala. Él asegura que al año asiste a unas 45.
Es un modo de vida con la familia, viajas con otros libreros, hay mucha camaradería, visitas pueblos, rancherías, ciudades, comes lo que hay donde se puede, duermes en hoteles, igual donde encuentras, vas por vía terrestre o en avión, los libros se van aparte, y no es que sea una ruta que vas bajando, aunque parece, pero no es un circo, hay un calendario establecido.
En ese peregrinar ha visto iniciar varias ferias del libro. Algunas expiran, otras se mantienen. Para él las ferias de libros son muy dinámicas, todo el tiempo están exhibiendo libros, todo el tiempo están interactuando con la gente. Si se representa a una editorial, se hace con mucho cariño y se tienen que conocer los catálogos, se platica con los autores, hay presentaciones.
Es un asunto muy dinámico, llegas, montas, le das a ‘full’ hasta 10 días, explica Torres, desmontas, viajas de un lado para otro, siempre en actividad. ¡(A mí) esa dinámica me atrapó!
Le pregunto si se le puede llamar nomadismo de letras. Ríe animoso y comienza a compartir algunas andanzas, correrías y devaneos del mundo editorial, el ambiente de esas ferias tan concurridas, pero con entretelones desconocidos para muchos de nosotros lectores y amantes de los libros.
Babel en Guadalajara
Días antes de inaugurar, a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que se realiza en la última semana de noviembre de cada, llegan alrededor de 300 traileres e innumerables sellos editoriales de varios continentes, los cuales descargan miles de cajas llenas con millones de libros para montar en sus respectivos módulos y depende su volumen de material publicado el tamaño que ocupan. Uno de las más grandes es el de Random House que cubre 500 metros cuadrados y cada metro cuadrado en esa feria tiene un costo actual de tres mil 500 pesos.
Sergio Torres precisa que, de acuerdo a firmar previamente un contrato, él puede ir simultáneamente como representante de una o varias casas editoriales, sea nacional o extranjera, y las empresas pagan el flete de su material, hospedajes y el espacio. A él le corresponde montar, atender y depositar el dinero.
Agrega que, por su parte en las mismas ferias, instala con su esposa un stand de nueve metros cuadrados para montar su negocio especializado en ofertas y también dar a conocer las publicaciones impresas bajo su sello editorial SEPRECOM. Para él una de las ferias más costosas es la del Palacio de Minería, en Ciudad de México, donde el metro cuadrado se cotiza en dólares y calcula que está arriba de 510.
Me explica que la importancia de las ferias de libros no es el tamaño, basado en su experiencia considera que eso es relativo pues todas las editoriales tienen un valor especial con sus publicaciones, sus nichos están definidos y que es el público en general y los especialistas quienes aquilatan al final del día –según lo que descubren y se llevan- los fondos, los contenidos y dan a las ferias ese adjetivo de importante.
Sobre la aparición en el mercado de los libros digitales, expone seguro que no son todavía competencia para el tradicional y acostumbrado libro impreso, empastado y con olor a tinta.
Plantea razones muy sensatas: “…en primer lugar, he notado que los que consumen ese formato, pocos son los que terminan de leer el libro, solo dicen “ya lo tengo” y van acumulando otros, además leer en un dispositivo electrónico es un riesgo en este país porque un ratero no te despoja nunca de un libro pero sin pensarlo dos veces si te arrebata el celular, la tablet, una laptop, además se te termina la pila y es muy cansado a la vista”– ¡Cierto!, contesto convencido.
Pasión por el manga y los super héroes
Sergio Torres revela los nuevos géneros literarios que están en boga y arrastran un alto número de adeptos, cada vez son más y dejan elevadas ganancias:
“El libro ilustrado, el comic, ya las librerías comienzan a formar pequeñas secciones de comics, mangas y súper héroes que distribuye Panini. Eso ha crecido muchísimo, no tienes idea de cómo ha crecido el comic en las ferias y ya incluso tienen sus propias ferias como el Comic-Con y otros especializados. Para mí, la lectura va en auge. Ahora ayudan mucho las sagas, varias de las cuales han salido muy famosas y que comenzaron muy fuerte con Harry Potter y ya de ahí se vinieron todas las sagas conocidas.
Se han escuchado rumores desde hace años –enfatiza- que el libro está por desaparecer y yo digo que ‘¡Pues, no!’ porque cada día somos más vendedores de libros y hay más librerías. Ve a cualquier parque y ahí tienen libros usados, nuevos o “piratas”, pero hay alguien que vende libros. Vas a una plaza comercial, a la que vayas, hay una librería, a donde te pares, cosa que no existía antes”.
Por segunda vez concuerdo con Sergio abiertamente: ¡Cierto!
Hoy se publica de todo lo que se pueda pensar. No hay límites para los contenidos y los formatos, menos aún con los avanzados programas de computación creados para editar o imprimir y que constantemente se están renovando.
En esta fascinante y por derecho distópica nueva era, sin duda alguna el obispo Francisco Antonio Lorenzana y Butrón, el encargado de todos los detalles jurídicos del IV Concilio Provincial Mexicano realizado en 1771 en la Catedral que aún destaca en el Zócalo de la CDMX, sitio donde asistieron por decenas representantes de la iglesia con altos cargos, podrían todos estar algo perturbados en sus santos sepulcros pues el objetivo del IV Concilio fue
“…para exterminar las doctrinas relajadas y nuevas restituyendo las antiguas y sanas, conforme a las fuentes puras de la religión”.
En el mencionado IV Concilio, que duró todo un año, quedó asentado en el parágrafo primero del capítulo que habla “DE LA IMPRESIÓN Y LA LECTURA DE LIBROS” que: “Las aguas de fuente clara son provechosas y nocivas las turbias, revueltas, sin depurar el veneno que no se advierte; por esto, ninguno imprima ni haga imprimir ni saque de nuevo a la luz, ni le sea lícito comprar, vender o retener cualquiera libros si éstos no estuvieren aprobados por el ordinario, y con licencia in scriptis de él, pena de Excomunión latae sententiae y de cincuenta pesos, que se distribuyan en obras pías, en el denunciante y en los gastos que por esta causa se hicieren”.
En el párrafo tercero que se puede consultar en la página 59 del libro titulado “El Cardenal Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón y el IV Concilio Provincial Mexicano”, recopilado por Luisa Zahino Peñafort, bajo el sello de Porrúa, se distingue por igual de manera magistral la castración al pensamiento libre ávido de conocimiento:
“El veneno de la concupiscencia se introduce en el alma con la lectura de libros torpes, y así, ninguno tenga libros obscenos ni permitan que los lean, los que están a su cargo, fuera de los latinos antiguos; pero con la prudente cautela, pues solo se permiten porque no perezca el primor de la latinidad y esto a sujetos maduros”.
Encarrerado por estas historias virreinales el experto librero me da nombres, uno tras otro, de ferias de libro reconocidas en México:
Minería, Feria de la UNAM, FILEY Mérida, FUL en Pachuca, Festival del Libro y la Rosa de la UNAM, Remate de Libros de la Ciudad, antes en el Auditorio Nacional y ahora en el Monumento a la Revolución, una de las ferias más esperadas por distribuidores y lectores, Zócalo, CDMX, Feria de Monterrey, Politécnico Nacional, feria donde la institución entrega dos mil pesos en vales a cada uno de los integrantes de su plantilla para intercambiar por libros, una de las estrategias de fomento de la cultura y la lectura más efectivas –palabras de Sergio-, FILIJ, en el CENART y Azcapotzalco, una de las ferias más bonitas porque está dedicada a los niños y adolescentes y cerramos con Guadalajara, el lugar más importante para exponer libros en español con venta al público y bibliotecas.
Oye Sergio, le pregunto, ¿por tu mester de librería será que ya estamos excomulgados con latae sententiae? Tú, por especializado, y yo por el interés de conocer. Entre sonrisas me responde ¡Yo creo que sí!
FIN de la II PARTE. Mañana: Instrucciones para sobrevivir al SARS-Cov-2
Periscopio CDMX