En el principio de su añeja historia está el Santo Oficio y la Inquisición de la iglesia católica en contra de las obras impresas impías. Hasta nuestros días el primer cuadro es el enclave, el corazón y la luz de los libros en Ciudad de México desde aquellos tiempos en que era la Ciudad de Palacios maravilló a tantos durante los tres siglos del virreinato español.
Aquí, también en tiempos del dominio de la corona española, surgió el comercio y el oficio del librero y aquí, también, se mantiene a pesar de la pandemia del Covid-19.
La calle Donceles tiene un sinfín de librerías… pero, por ahora están cerradas, como tantos negocios en el primer cuadro, pero conocer este mester obliga a replantearse un nuevo polvo de viejos lodos. Esa es la razón por la que hay que hojear el viejo libro de la historia para entender este presente.
Nace el librero
Sergio Torres tenía 17 años cuando repartía paquetes de revistas en negocios del Zócalo con una carretilla, en las calles donde cinco siglos atrás se recibían los primeros libros llegados de España vía el puerto de Veracruz y que se entregaban en colegios fundados por misioneros católicos, en conventos, o a intermediarios que los vendían a su vez a personas letradas interesadas en las novedades impresas de Europa. Por aquel entonces no había tantas librerías como ahora ni era una forma de vida el oficio de librero.
Un día Sergio aún no terminaba los repartos y dejó la carretilla a las afueras de una sucursal de las Librerías de Cristal. Un anuncio en la Calle 5 de Mayo lo atrapó y lo dejó sorprendido. No lo podía creer y hasta lo leyó dos veces:
¿Te gustaría trabajar en una librería? – él para sus adentros aceptó sin dudarlo: ‘¡Pues, sí!’
Cinco siglos atrás, hacia 1525, estaba prohibido comerciar libros en la Nueva España. Éstos llegaban en barco, pasaban por la aduana eclesiástica y uno que otro se colaba de contrabando. Un tal Juan Cromberger, tipógrafo sevillano, fue el primero en recibir los derechos para comerciar libros por parte de la Corona española. Ese mismo año es emblemático para el primer librero del virreinato porque también en 1525 murió ahorcado, por órdenes de Hernán Cortés, el último tlatoani mexica Cuauhtémoc.
Animado por el prestigio de esa librería, Sergio entró a trabajar allí con ilusión y llenó la solicitud que le dio pase al oficio de librero, una actividad que desde los siglos XVI al XIX era de riesgo por la amenaza de la Santa Inquisición que confiscaba, torturaba y asesinaba al que comercializara libros con ideas contrarias a la fe católica o de contenido subversivo a la monarquía española, publicaciones luteranas, tratados de ciencia, filosofía, caballería, algunos de teología, incluido el Apocalipsis de San Juan, esos libros y otros más, alimentaron las llamas de su propia purga.
So pena de muerte
Cumplidos los 46 años, Sergio Torres ha sido gerente de varias librerías, viaja administrando enormes módulos en ferias de libros internacionales y nacionales. Cubre con rigor al año 45 eventos. Inicia en Los Ángeles, California, cruza todo México y termina en Guatemala.
Sea en ferias de libros estatales o internacionales, en plazas públicas o en festivales de lectura, el Bazar Cultural desembarca con un sinfín de lecturas en busca de lectores.
Ya sus dos hijos están por concluir carreras de ingeniería y su esposa Magally lo acompaña siempre. Ambos son propietarios de la editorial SEPRECOM y del Bazar Cultural, negocio de tres librerías especializadas en los libros de oferta.
En 1558 era impensable algo semejante. Los libreros tenían todo tipo de restricciones y amenazas de muerte. El Rey de España Felipe II, el 7 de septiembre de aquel año, había ordenado:
“…las visitas a libreros y particulares para buscar obras prohibidas. Ningún librero ni mercader de libros ni otra persona alguna de cualquier estado ni condición que sea, traiga ni meta ni venda ningún libro ni obra impresa o por imprimir de las que son vedadas y prohibidas por el Santo Oficio de la Inquisición en cualquier lengua, de cualquier calidad y materia que el tal libro y obra sea, so pena de muerte y perdimento de todos sus bienes y que los tales libros sean quemados públicamente”.
Doncel-Doncella-Donceles
Una de las tres librerías de Sergio y su esposa está en Guadalajara, Jalisco, las otras dos se encuentran en Ciudad de México en emblemáticas zonas: la Calle de Donceles y la Calle de Bucareli. La librería de Bucareli está en contra esquina del Café La Habana, que por años fue bunker de periodistas, políticos, intelectuales y escritores, porque está a unos cuantos pasos de los diarios Excélsior y El Universal, así como de la Secretaría de Gobernación.
En Donceles, la librería de Torres se localiza en la mansión marcada con el número 66, donde también está la sede de la editorial de corte católico Jus, y cuya arquitectura es famosa por sus amplios y abundantes locales llenos de libros antiguos y de segunda mano en el primer cuadro de la capital.
Desde el Siglo XVI, la explanada principal y las calles periféricas de la naciente Ciudad de México, han sido puntos estratégicos para comercializar libros en sus diversas modalidades.
Varios puntos de comercialización fueron clandestinos para atender a aquellos clientes con pensamiento en desasosiego por la verdad o, en casos inocultables, autorizados ex profeso por y para miembros de la curia, pues
“… en el nuevo orden, urgía dar vigencia a sus leyes, imponer sus valores y transmitir sus conocimientos, en suma, necesitaban de sus libros y desde luego hubo hombres dispuestos a traerlos de Europa”, se aclara en uno de los pasajes de ‘El peso de la noche. Nueva España de la Edad de plata a la Edad de fuego’ de Fernando Benítez, publicado por Era en 1996.
Cierto, la añeja historia de los libros antiguos y de segunda mano que dan la popularidad a la calle de Donceles no inició ahí, sino con las Leyes de Reforma en 1856, cuando se dio la desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas que eran administradas como propias por corporaciones civiles y eclesiásticas principalmente y que en consecuencia provocó la exclaustración de las órdenes religiosas y la confiscación de bienes del clero.
Tales expropiaciones lanzaron al mercado del Siglo XIX, en forma caótica y destructiva, el más grande acervo de incunables americanos – el cual es el libro impreso en México desde la introducción de la imprenta en el país desde 1534 hasta el año 1600- como una gran cantidad de incunables europeos –libros impresos antes del año 1501 en Europa- y miles de obras valiosas de todos los campos del conocimiento.
“Una parte de esos volúmenes, fue adquirida por los libreros mexicanos pero lo más valioso fue vendido al extranjero. En un país exhausto por las guerras civiles y las intervenciones extranjeras, ciertamente no abundaban los compradores, hecho que puede explicar la pérdida de ese patrimonio nacional, enajenado a precios irrisorios», han referido en diferentes obras bibliómanos mexicanos como Fernando Benítez, Guillermo Tovar de Teresa y Carlos Monsiváis.
Los libros antiguos y de segunda mano comenzaron a sobresalir en Donceles a finales del siglo XIX luego de que hicieron del Barrio de la Lagunilla su lugar comercial, como sigue hasta la fecha, y esto sucede porque los comerciantes de libros se encuentran en la periferia del primer cuadro de la capital mexicana sin organización,
dispersos y eran casi siempre removidos de lugares en apariencia fijos.
Donceles es una de las calles más antiguas en México porque se trazó tras la conquista española, Donceles es, a su vez, una descripción: es doncel-doncella.
Así se le adjudicó luego de que los nobles fincaron ahí sus residencias y sus hijos comenzaron a pasear opulentos en esa calle. Lo hacían con gala, ostentosos, sobrados en pompa, por lo que eran llamados donceles -que es una denominación de un oficio de corte en la monarquía castellana bajomedieval-.
El doncel también es el opuesto masculino de la doncella , esa joven virgen con riqueza, prosapia y en edad de casarse.
FIN de la I PARTE. Mañana: Los libros del Barrio universitario
Julio Alejandro Cárdenas San Antonio es egresado de la FES Acatlán de la UNAM donde estudió periodismo. Ha trabajado para diferentes medios de comunicación en todo el país. Ahora escribe sobre una de sus pasiones permanentes: los libros. De su autoría son los libros de narrativa Memoria genética y Tabú.
Redacción Periscopio CDMX