
Arturo Mendoza Mociño
Día tras día, café tras café, entre la magia de las mariposas amarillas imaginadas por Gabriel García Márquez en su novela inmortal, Cien años de soledad, Rafael Castro bosqueja y pinta diez pasajes de la saga familiar de los Buendía.
Afuera del Mercado de San Cosme, que se incendió en diciembre pasado, este gabófilo empuña, por igual, el lápiz que delinea el pasaje literario, muesca la madera con un punzón ardiente para trazar los canales que le darán profundidad a su cuadro y, por último, con todo el fervor que lo caracteriza, colma de color ese momento o momento de la trama de Cien años de soledad que lo emocionó desde que leyó este libro en sus años juveniles.

Aunque no sea perceptible, detrás del hombro de Rafael está el alquimista Melquíades, el mismo que asesoró a José Arcadio Buendía en los saberes de las pócimas mágicas, aconsejándolo cómo poblar de magia y color sus cuadros donde lo maravilloso es tan normal como normal es respirar.
Rafael lleva consigo, a todos lados que va, su ejemplar de Cien años de soledad y su libreta de bosquejos donde va plasmando los primeros bocetos de lo que terminará siendo un cuadro. Algunos de estos bosquejos tienen ecos de aquellos cuadros que se quemaron, pero otros son nuevas interpretaciones donde no puede faltar la voz rezongona de matusalén Úrsula Iguarán, quien llegó a vivir 115 años y que demostró, ayudando siempre a los suyos, que el amor es la mejor de las medicinas para respirar por mucho, mucho tiempo.
La inventiva, la mano inquieta, el arte de Rafa, abreva en sus vivencias dentro de una familia de papeleros que tenían su negocio en el Centro Histórico. La vena literaria se debe al Gabo y otras lecturas que le han enseñado los poderes de la poesía y la palabra. No lo sabe, pero cada vez que toma un lápiz o un pincel la constelación de osadías que hay en su existencia se robustecen. Vencedor del Covid-19, empeñoso permanente, Rafa prepara sus cafés, continúa con su versión plástica de Cien años de soledad, con la misma fuerza de ese jaguar bélico que fue Aureliano Buendía, combatiente de 32 años de guerras civiles.


Remedios La Bella es como Rafa ha llamado a su bicicleta con la que viene y va. No es la única impronta de un personaje de Cien años de soledad en su vida y en su negocio porque las instalaciones temporales del Café Macondo tienen algunas mariposas amarillas y los primeros cuadros que reconstruirán los amores y desventuras de los Buendía. Cuando uno escucha a Rafa se comprueba el impacto perdurable de la prosa de aquel periodista que se empeñó en volverse escritor y que concibió su obra cumbre tras leer las obras de Pedro Páramo de Juan Rulfo y Los recuerdos del porvenir de Elena Garro. Sin ellos y sin la inspiradora tierra mexicana que lo acogió en 1961, Macondo y este rinconcito de este pueblo en la Ribera de San Cosme no existirían con cafés que hacen levitar y pastelitos que sólo invitan a pecar y pecar más. Aquí la magia cotidiana tiene aroma de café, la bonhomía es seña de identidad y la literatura es el mejor endulzante para los oídos, la vista y el corazón.

Redacción Periscopio CDMX