La historia de amor detrás del barrio de las cruces

Luis Eduardo Alcántara / Periscopio CDMX

A partir de la época de la conquista en México, el tallado de cruces se volvió un elemento frecuente en los enormes atrios conventuales y en las hermosas fachadas novohispanas de muchas calles de la ciudad capital, así como de las principales provincias del país. Las cruces atriales fueron importantes auxiliares en la labor evangelizadora de franciscanos, dominicos y agustinos, también elementos muy valiosos en la catequesis emprendida por dichas órdenes religiosas venidas de España.

La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México porta una de las cruces más bellas. Foto: Internet

De estas figuras labradas, una de las más bellas se encuentra en la plancha del Zócalo capitalino, justamente en una de las esquinas de Catedral, elemento arquitectónico que le confiere sobriedad y elegancia, a una de las postales más conocidas de México en el mundo. Porque, efectivamente, en el Centro Histórico podría decirse que la mayoría de las casas, palacios, conventos e inclusive, las más humildes vecindades, ostentan en sus fachadas cruces y nichos adosados a la piedra y cantera.

En correlación directa predominan cristos y vírgenes, pero sobre todo cruces. Pueden ser clasificadas de distintos tipos: latinas, que son las más comunes; griegas, con el vástago del mismo tamaño que los brazos, pero también de caravaca, es decir con doble brazo. Otra cruz que destaca por su tamaño y figura, se encuentra adosada en una modesta casona que aun sigue en pie en la calle de Regina, en pleno corazón del Centro Histórico.

En la esquina que hacen Regina y Correo Mayor quedó plasmado este símbolo de amor. Foto: Luis Eduardo Alcántara.

El viejo cronista Artemio del Valle Arizpe ofrece datos muy interesantes al respecto. Cuenta la tradición que don Miguel de Manrique, peninsular oriundo de Castilla del Oro, llegó a México a solucionar asuntos hereditarios de un pariente canónigo de la Catedral Metropolitana. Durante sus paseos por la ciudad, quedó prendado de una hermosa doncella que solía asomarse en el balcón de su casa. La joven se llamaba Felisa, y era hija de Miguel Pedroza y Ochoa, regente del Tribunal de Cuentas. Don Miguel solicitó a Felisa que correspondiera su amor, pero ella puso como condición que al momento en que colocara una cruz verde junto al balcón, le aceptaría por esposo, pero si por el contrario la cruz fuese blanca, daría por terminada cualquier posibilidad.
El enamorado pretendiente esperó por mucho tiempo la señal, hasta que descubrió un papel de color verde en forma de cruz, colgado sobre el barandal. Sin tardanza fue a pedir la mano de la chica a su progenitor, pero el Regente se negó argumentando que tanto Felisa como él, se recluirían a la oración en los conventos de la Concepción y de Camilos. Desesperado, el pretendiente pidió la intervención de un importante fraile de la Orden de los Camilos, y pasados varios días, logró que don Miguel de Pedroza cambiara de opinión y accediera a la boda de su hija. Finalmente la chica y Miguel de Manrique lograron casarse, y en recuerdo de lo acontecido mandaron construir una enorme cruz de piedra pintada de verde y adosada a la esquina de su casa.
Su peculiar forma, al estar ubicada directamente sobre el nivel de la banqueta, con el vástago en la esquina y los brazos doblados hacia una y otra calle, fue tan conocida que precisamente a una de las calles el pueblo bautizó como de «la Cruz Verde», y a la otra de «Los Migueles», hoy conocidas como quinta de Regina y la séptima de Correo Mayor. Asimismo, la digna casona se mantiene en pie, ahora remozada como todas las arterias de ese cuadrángulo que se ha vuelto de los más visitados por el turismo, tanto nacional como extranjero. No olvidemos que cada plaza, calle o rincón del Centro Histórico de la CDMX, recibió justamente por parte de la UNESCO, el calificativo de Patrimonio del la Humanidad, al mantenerse pletóricos de cultura y de tradición. Periscopio CDMX

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