– Pónte cómodo. Tu no eres de por aquí ¿verdad?… A ver, te ayudo con el condón… Si, sí le tengo miedo al sida. Antes no me gustaba con preservativo, no es lo mismo, pero los de Salubridad no nos checan las tarjetas si no vamos a las pláticas sobre sida. También nos regalan condones. No vaya a ser la de malas…. A ver, por aquí, acomódate…. ¡ay qué preguntas! No, por aquí no hay de los que se visten como mujer… Eso es en Sullivan… No, no le tengo miedo a ese tipo de competencia, cada quien tiene su clientela ¿verdad?… No vayas a tocar ahí… sin blusa te cuesta 100 pesos más.
Se llama Jacqueline y trabaja ocho horas diarias en alguno de los tramos de Anillo de Circunvalación. 35 años quizá, diez de los cuales los ha dedicado a ejercer el oficio más antiguo del mundo, en la zona más antigua de la capital dedicada a estos menesteres, La Merced. Desde el sobrepoblado municipio de Ecatepec, ella se desplaza diariamente a este popular barrio «no a platicar, sino a trabajar… hasta crees que lo hacemos por gusto».
La negociación ocurrió quince minutos antes. «Entonces ¿vienes, o no?… Lo menos 250 pesos y el cuarto, bien trabajadito… condón obligatorio… baño limpio y tele a colores… ¿Wayfai gratis? ¡uy no mano, eso todavía no meten ahí… Si te animas, ándale, no perdamos tiempo y vamos al de la esquina».
Tras recibir en la palma derecha el pago acordado, Jacqueline se despoja de la ropa que le cubre el torso. Se deja acariciar con la frialdad de una estatua griega, en medio de cláxones y de voces que se confunden en un edificio sofocado por la prisa y el sudor. Cierra los párpados, cuyo maquillaje -contornos entre azul y verde- no oculta la aridez de las arrugas, tampoco el rojo del lápiz labial disimula los marcados surcos de las comisuras de la boca.
– ¿Ya?… ¡Cómo que todavía no! Apúrate, no tardan en tocarnos la puerta, además todavía me faltan varias horas por delante… mi hijo, el de seis, lo tengo tirado en cama, no se le quiere quitar la infección de la garganta…. ¿En el seguro? No, lo llevo con un médico particular… Además, para el otro mes, le tengo que hacer su fiesta a mi hija, la de quince… Estoy buscando un salón que cobre barato, y eso sin contar lo del vestido, la fotografía, comida, la música… el cuento es largo.
Jacqueline cumple con abnegada obligación su rutina. «Bueno, ya, ahora sí… pásame el rollo de papel que está en el buró… Aquí en el ambiente nadie te ayuda, y si lo hacen es por conveniencia o por dinero: la patrulla, los inspectores, las madrotas y padrotes». Suspira con resignación y ajusta su reducida indumentaria. «No ¡cómo crees que me va a ayudar mi marido! Si ni tengo. Bueno, tenía uno pero se largó a Estados Unidos, el muy cabrón se fue y ni adiós dijo. Con suerte y la patrulla froteriza le deshizo a plomazos el sueño americano… Ándale pues, fue un placer conocerte, como dice la canción, que te vaya bonito y regresa cuando quieras». El hotel es una llaga abierta por el que escapan a cada minuto sueños. La tarifa cumple con creces su cometido. (Imágenes tomadas del FB del colectivo Lady Meche)
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