¡Tlacotalpan ‘jaranea’ así!

Año tras año, la Virgen de la Candelaria sale de su casa el dos de febrero y surca las aguas del Río Papaloapan, en Veracruz. La escoltan pescadores y ganaderos, le cantan católicos y coplistas, la cuidan marinos y mayordomos. Su fiesta los ilumina a todos

FOTOS: Jaime Boites
FOTO: Jaime Boites

Arturo Mendoza Mociño/Periscopio CDMX FOTOS Jaime Boites

Apenas amanece y los vaqueros de Don Elías Sánchez ya portan sus mejores galas y van hasta donde mora su patrona, la Virgen de la Candelaria, y la escoltan de su hogar en Tlacotalpan a la otra orilla de este rincón veracruzano que durante una semana no parará de honrar a la milagrosa que llegó desde Tenerife, España, y se asentó aquí en el Siglo XVI.

En el calendario litúrgico el 2 de febrero es «el cumpleaños» de la Virgen de la Candelaria, cuya santa luz guía a todos sus creyentes hacia el buen camino,  y conmemora la purificación de María con la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén tras su nacimiento el 24 de diciembre. Por eso,  honrar a la Virgen de la Candelaria y vestir al «Niño Dios» forman parte de la misma celebración.

Si Tlaquepaque es la cumbre de la mexicanidad, de jalisciense manera, Tlacotalpan es su equivalente veracruzano porque por todas las calles con  casas pintadas con intensos colores se verán mujeres con galas jarochas, jaraneros, toritos con cuetones ardiendo, toros sueltos, cofradías católicas  cantándole a la virgen, jinetes y, claro, no podían faltar, marinos de níveos uniformes.

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Las barcas que sirven para las faenas de pesca en otros días ahora llevan familias enteras de los pueblos ribereños para honrar a la virgen. Van allí los Cházaro, los Enríquez, los Lagos. Van en grey a dar gracias por los dones recibidos a lo largo de un año.

Sus pares ganaderos no se quedan atrás ni en trabajo duro ni en devoción. Ellos llevan el primer día de febrero sus mejores astados hasta Tlacotalpan en lo que se conoce como «embalse de  toros» y que antaño se hacía arrastrando a las bestias por el caudaloso río para terminar soltando a los animales por las calles del pueblo en una pamplonada que enardecía a la asistencia.

Todo eso cambió hace años y ahora el ganado se traslada, a la vista de todos, en un gran lanchón sin que los animales sufran daño alguno aunque, eso sí, ninguno de ellos se salva de los gritos y las valentonadas de espontáneos toreros que siguen jugándose la suerte y la vida en las calles que, según la leyenda local,  vieron crecer al compositor Agustín Lara.

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Tlacotalpan, Patrimonio cultural de la Humanidad desde 1998, es una Meca musical. Todo aquel que guste del etéreo arte debe venir a esta festividad porque, más allá de las estridencias religiosas, Tlacotalpan resuena de mil maneras.

La banda militar de la Escuela Naval Antón Lizardo encarna corrección académica y la ejecución precisa. En cambio, los jaraneros que vienen de todo Veracruz  e, incluso, de todo el país, son los reyes de la improvisación porque el son ribereño, historiado a la perfección por Rafael de Jesús Vázquez Marcelo en Ríos de son, se nutre, como este pueblo henchido de sol y alegría, de la inventiva permanente.

¿Que no hay para comprar instrumentos de aliento? Allí está la quijada de burro para que cante sus esperanzas. ¿Que los huastecos son bien pícaros? Usted no se arredre, cuñao, péinese e invéntele. Coplas, jaranas, arpas, zapateado, resuenan en vivo y en directo, simultáneamente, por todo el pueblo que se colma de espontáneos de todo tipo: los románticos, los devotos, los amigueros, los que vienen aquí desde 1979 que se realizó la primera cumbre de jaraneros.

Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino siempre dijo que había nacido aquí, en el sonoro Tlacotalpan, el 1 de octubre de 1900. ¡Pero no existe ningún documento personal que convierta a Agustín Lara en ilustre hijo de Tlacotalpan!

No hay registros suyos ni en la iglesia, ni en las escuelas. El periodista Jaime Almeida descubrió en los años ochenta del siglo pasado que El flaco de oro acomodó su biografía para ocultar un pasado familiar teñido por la pobreza y por momentos nada musicales.

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Aún así, Tlacotalpan brilla por su fe porque cada dos de febrero a la Virgen de la Candelaria se le cantan «Las Mañanitas» y ella, vestida de gala, sale a  recorrer el río junto con todos sus feligreses para que estas aguas que surca año tras año no se desborde en temporada de huracanes y brinde siempre buena pesca para todos.

Cada quien, a su personal manera, la honra porque, si uno llegó hasta Tlacotalpan, sólo hay que escuchar con el corazón atento que se está ante un «fandango», donde se zapatea, se brinda, se canta, se chulea, se jaripea, se agradece a la mayor de todas las luces y que se llama Candelaria.

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Periscopio CDMX (Esta crónica fue realizada para Aeroméxico en febrero de 2008)

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