
Arturo Mendoza Mociño
Era un lector voraz, criticón permanente y un hombre sencillo en sus hábitos y desplazamientos. Caminaba siempre, viajaba del metro Juárez o Hidalgo hasta su casa cercana a la estación Coyoacán, con su boina calada, camisa y saco. Le gustaba beber con amigos, malquerientes y despistados en el Salón Palacio y allí desplegaba su erudición literaria, destilaba odios ajenos y propios, pero siempre terminaba contagiando el bicho de la lectura entre quienes lo escucharan. Así era José de la Colina, quien este lunes 4 de noviembre murió.
El ex agregado cultural Edgardo Bermejo dijo que la última vez que vio a José de la Colina fue una noche que lo llevó a su departamento en Avenida Mixcoac casi esquina con Universidad. El autor de «La tumba india» no quiso que lo llevara hasta su puerta porque prefería caminar aunque hacía mucho frío. Cuando bajó del auto, se levantó las solapas del abrigo, se frotó las manos y le dijo:
“A mí el frío me conserva las arrugas”. PERISCOPIO X