Por Luis Eduardo Alcántara
Caminar las calles del Centro Histórico nos depara sorpresas inigualables. Qué cosa puede compararse con terminar nuestro paseo justamente en este viejo cementerio, gloria de antaño y admiración del presente, hoy convertido en museo para orgullo de visitantes y nativos. Este bello lugar, localizado a un costado de la iglesia de San Fernando, en el número 17 de la plaza del mismo nombre –cerca del Metro Hidalgo-, presume una arquitectura notable, el arte funerario en su máxima expresión, porque llegó a ser el cementerio más exclusivo de su época, entre los años 1832 a 1872. Aquí reposan los restos del ex presidente Benito Juárez y de su esposa Margarita Maza. Cinco de sus doce hijos, también fueron enterrados aquí. Cuenta la leyenda que sobre el Benemérito cayó una maldición lanzada por un sacerdote, en venganza por la expropiación de bienes religiosos de acuerdo a las Leyes de Reforma. “Ninguno de vuestros hijos llegará a la edad adulta”, sentenciaba la maldición y, curiosamente, todos sus vástagos murieron cuando apenas eran unos jovencitos. ¿Simple coincidencia?
En un tiempo estuvieron aquí los restos del general Ignacio Zaragoza y su esposa, sin embargo después fueron trasladados a la Catedral de Puebla. Aun permanece la tumba vacía con su nombre. Otros de los hombres ilustres enterrados aquí son Francisco Zarco, Martín Carrera y José María Lafragua. Hay tantos liberales como conservadores. En vida estuvieron siempre en constante lucha y en la muerte descansan en el mismo lugar.
Consta el cementerio de dos patios grandes, rodeados de amplios corredores con columnas dóricas, tiene tres pequeñas capillas y tanto en sus muros como en los paramentos de los pórticos hay cinco filas de nichos, pero aparte de ellos se hallan en ambos patios numerosos monumentos sepulcrales. Epitafios, dedicatorias, ángeles, jardineras y cristos, dejan por un momento su tristeza centenaria y se incorporan a los comentarios de admiración de la gente que recorre el sitio.
Junto al sepulcro de José María Lafragua está el de la señorita Dolores Escalante, con quien quería unirse en matrimonio pero solo tuvo un largo coloquio apasionado con febrilidad romántica, que duró vibrante mucho tiempo y que vino a callar la muerte. La novia falleció en las mismas puertas de la iglesia. Sin decir agua va, Doloritas pasó a mejor vida, Lafragua, desconsolado, mandó poner las siguientes líneas en su sepultura:
Llegaba ya al altar feliz esposa,
Allí la hirió la muerte… Aquí reposa.
Poco después, manos anónimas respondieron con irreverente ingenio:
Si diez años no hubieras enchinchado
Ha tiempo que al altar habrías llegado.
Guarda este cementerio los restos del ilustre Juan de la Granja, que fue el introductor del telégrafo a México y que por las noches, de acuerdo con diferentes testimonios, “desciende de la silla de su escultura para pasear”. Otra de las sorpresas que nos depara este lugar es el nicho falso de Isadora Duncan, la creadora de la danza moderna. Se asegura que después de morir, uno de sus fervientes admiradores en México, el ex presidente Plutarco Elías Calles, mandó colocar un nicho en San Fernando con su nombre, para aparentar que la bailarina estadunidense reposaba aquí, cuando en realidad murió en un accidente automovilístico en Francia, 1927, sin que nunca visitara nuestro país.
Como decíamos, los epitafios de la época son dignos de poner atención, como el que identifica la tumba del pintor Joaquín Ramírez, autor de excelentes retratos sobre Hidalgo, Morelos, Allende y Matamoros: “Artista insigne y malogrado dejó este mundo para irse a su verdadera patria”. O el que puede leerse en la sepultura del niño Miguel Badillo: “Aquí duerme mi querido hijo, Hablad bajo. No lo despertéis”. Las frases inscritas en San Fernando marcaron época. Destaca el caso de Rafael Ángel de la Peña, hombre de letras quien decidió dejar las vanidades terrenales para estudiar teología y ordenarse sacerdote. Iba muy perseverante en su carrera pero conoció a una señorita y se enamoró perdidamente de ella y a poco colgó los hábitos sacerdotales y se casó. Entonces un malévolo escribió las siguientes líneas, parodiando aquellas del suspirante Lagragua:
Llegaba ya al altar con pasos fijos
Aquí dio un tropezón y ya tiene hijos.
Este legendario cementerio sufrió largas épocas de abandono, hasta que fue recuperado por la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, en 2006, dando paso al Museo del Panteón de San Fernando.
Horario de visitas, de martes a domingo, de 9 a 17 hrs. El último miércoles de cada mes a las 19 horas hay visitas guiadas personificadas.
Bibliografia:
González Obregón, Luis. México Viejo.
Recuperan el Panteón de San Fernando. El Universal.