Los fantasmas del Señorial

Por: Elena González

Hotel Señorial

Mientras esperaba un largo y asfixiante momento en el lobby del hotel Señorial, que se ubica justo frente a la flamante Megamaqueta, para que me dieran una habitación, observaba el tapiz de las paredes corroído y sucio. El aspecto era deprimente. El deterioro de sus instalaciones se notaba ya desde hace tiempo, pero el silencio y la soledad que imperaban en ese momento en el lugar hacían a ese deterioro dolorosamente notorio.

Por un momento, evoqué como espectros las voces, los ruidos cotidianos, el trajín diario que escuchaba cuando viví ahí. Cuando era un lugar donde la energía corría por los pasillos, por las escaleras, por la cocina. En cada espacio se escuchaban sonidos armoniosos, de música, de cantos, de charlas amenas, de teclados, de risas. Imaginé a mis antiguos vecinos, a mis queridos amigos, caminando, hablando, con sonrisas que iluminaban el lugar. Pero ahora el lugar se había vuelto un pueblo fantasma. “Están remodelando”, me comentó una recepcionista, apenada por la larga espera. “El hotel está ocupado a menos de la mitad, porque lo están remodelando. Pero va a quedar muy bonito”, justificó. Me hice la sorprendida por hacer plática, pero yo sabía lo que había pasado. El servicio y el concepto del Señorial había ido decadencia desde hace años, devorado por la avaricia, la corrupción y una burda administración encabezada por la ineficiencia, que en los últimos días había asestado un abuso más que terminó de ahuyentar a los inquilinos que se aferraban a dejar ese lugar que llegó a ser como una larga primavera.

El Hotel Señorial y el Hotel Virreyes, ubicado en la equina de Izazaga y Eje Central, formaron parte de la propuesta de la Fundación de Carlos Slim para la recuperación del Centro Histórico de la Ciudad de México que incluía la formación de una “sociedad inmobiliaria”. La idea planteada ahí era el repoblamiento de la zona mediante la rehabilitación de inmuebles, que se ofertarían en rentas económicas. A los nuevos habitantes se les requería un perfi l vinculado a las artes, la cultura y la educación que contribuyera a mejorar la zona.

Inicialmente, la iniciativa, que se concretó en los primeros años de la década del 2000, realmente contribuyó a revitalizar al Centro Histórico y hacer de él un espacio más seguro, habitable y disfrutable. El Virreyes y el Señorial se habilitaron como residencias para estudiantes y artistas, con tarifas solidarias, además de que ofrecían estancias financiadas. Más que residencias, se volvieron espacios culturales memorables. Ahí se organizaban presentaciones de libros, festivales de cine, instalaciones y fiestas que daban cabidad a las tendencias más vanguardistas.

Además, los residentes del Virreyes y el Señorial salieron a tomar las calles para hacerlas más bellas, más poéticas y más propositivas. Pero los apoyos acabaron y todo resultó una estrategia para apropiarse de inmuebles que a larga resultarían muy lucrativos (Cómo los complejos residenciales ubicados a un costado de la Alameda). Todo terminó en un vulgar negocio.

Conocí el Virreyes y al Señorial en su esplendor antes de ser vecina del Centro Histórico. Solía desplazarme desde La Roma, donde vivía entonces, para asistir a sus fiestas o eventos. Me encantaba el lobby del Virreyes, cargado de esa vibra que le daba la mezcla de lo antiguo con lo novedoso. En ese tiempo nunca pensé que esos hoteles llegarían a convertirse en mi hogar.

Llegué al Virreyes pensando en una estancia provisional, en lo que se resolvían los engorrosos trámites a los que me sometió la inmobiliaria de Slim para rentarme un departamento, pese a que ya había sido su inquilina durante tres años en otro de sus departamentos. La tardanza y la fascinación de vivir en un hotel que fue creciendo en mi pensamiento me decidieron a quedarme ahí. Era una gran oportunidad para autoexiliarme y probar mi espíritu shandy.

Viví cerca de seis meses en el Virreyes, y me mudé al Señorial cuando las tarifas empezaron a ascender en el primero y la esencia de su fundación estaba ya casi diluida. El Señorial era más económico y además conservaba todavía su condición de comunidad. Pero al poco tiempo de llegar empecé a ver la decadencia. Su personal estaba integrado por una encargada, dos recepcionistas (Para turno matutino y vespertino), unas cuatro empleadas que se encargaban de la limpieza y vigilantes de seguridad privada. Posteriormente, el puesto de encargada fue eliminado y se dejó solo un recepcionista para el turno matutino. Si se requería algo en la tarde o la noche, el guardia trataba de resolverlo. También se recortó el personal de limpieza y todo se volvió un suplicio.

Pese a sus tarifas económicas que pronto dejaron de serlo, los ingresos en el Hotel fluían pues siempre estaba lleno, con cerca de 80 habitaciones. Además de los servicios extras que cobraban, como la pensión para autos. Sin embargo, no se le invertía lo mínimo. Sus inquilinos padecimos desde una red de internet doméstica con fallas constantes, pues no tenía capacidad para tantas conexiones; quedarnos atrapados en el elevador en varias ocasiones porque se descomponía constantemente y no lo reparaban, a veces, durante semanas. Un invierno, nos tocó bañarnos con agua fría luego de que el calentador se descompusiera y dejarán pasar varios días hasta que lo repararon. Y sin embargo, las tarifas se fueron incrementando.

Hartos de tantas deficiencias, muchos de los inquilinos fueron emigrando; pero muchos resistimos, negándonos a perder ese espacio supuestamente ganado para el cambio. Además siguieron llegando otros, sosteniendo el ambiente armonioso del Señorial, pese a todo. Unos dos años después decidí probar suerte en otra ciudad y me fui. Todo quedó igual, unos nos íbamos, otros llegaban. Pero la última arbitrariedad: aumentar dos veces la tarifa en seis meses con un incremento de casi 10 por ciento cada uno fue el tiro de gracia para el Señorial. Además de incorporar vigilantes de la Secretaría de Seguridad capitalina (¿por qué policías públicos están resguardando un negocio privado? fue suficiente para que hubiera una desbandada de inquilinos. Tal vez quede bonito -lo dudo, lo mismo dijeron cuando encarecieron el Virreyes- pero ya no será una residencia para artistas, lo convertirán en un hotel común. ¿Quién mató al Señorial?.

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