80 años del Palacio de Bellas Artes

Bellas ArtesPor Arturo Mendoza Mociño

En 1902 inició la construcción del mayor recinto de la cultura en México, pero varias dificultades técnicas y la revuelta armada de 1910 frenaron su apertura hasta 1934. El arquitecto italiano Adamo Boari inició este proyecto que Federico Mariscal culminaría.

Manolo Martínez no se contuvo más y francote -como tantos nacidos en Monterrey- dijo lo que le nació al visitar por primera vez el Palacio de Bellas Artes:
—¡Ah chingao, cuánto mármol!

El torero regiomontano iba sin traje de luces, vestido de paisano al lado de su gran amigo el pintor Alberto Gironella, quien, rendido ante la valentía del matador, lo llevaba a pasear a ciertos sitios para “cultivarse” y para que también conociera que fuera de los ruedos hay otra vida, intensa, estimulante, como la que se puede hallar frente a los pitones, el tronar del paso doble y el enardecido aplauso de la afición en el coso de Insurgentes.

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Eran los años setenta y México vivía una borrachera petrolera, la cultura se ponía de moda gracias a la primera Dama y a que su esposo, el presidente José López Portillo, empuñaba la pluma de vez en vez, ya que se creía encarnación del dios Quetzalcóatl y pensaba que debía dejar testimonio de ello a la manera de los grandes escritores que han dado a México renombre y fama universal: Octavio Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes.
Porque aquí, en Bellas Artes, se escenifica, con cada evento, la fiesta de la creación artística y la danza y el teatro, la ópera y la literatura, las artes plásticas y los hasta siempre a grandes personalidades, los cocteles y la sencilla contemplación de sus espacios, sus luces y sus sombras, forman parte del hechizo que ejerce, desde su creación, este coloso de mármol. Mármol culto, mármol que llegó desde la lejana Europa cuando Porfirio Díaz estaba dominado por grandiosos sueños afrancesados.

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Este recinto se erige en el centro de la Ciudad de México, a un costado del Eje Central, y en su arquitectura se mezclan corrientes estéticas tan disímbolas como el estilo bizantino, el renacentista, el románico y el neobarroco. Sin duda, es la materialización física de un anhelo de la arquitectura mexicana de principios del siglo XX que quería tener, a la vez, modernidad y una identidad propia

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La parte exterior del Palacio es de níveo mármol y su construcción fue pensada para concluirse en cuatro años, pero fue interrumpida en varias ocasiones hasta prolongarse por 32. Para el arquitecto italiano Adamo Boari, responsable de la primera etapa de construcción, las formas arquitectónicas propias de un pueblo debían utilizarse en la arquitectura, pero siempre “renovadas y modernizadas”. Fue así que él Bellas Artescolocó varios elementos indígenas en el edificio que, en un principio, fue conocido como Teatro Nacional y en el que se propuso realizar una auténtica obra de art nouveau propia del país. De Boari son las cabezas de tigre, las serpientes que ondulan en los arcos de las ventanas del primer piso y las máscaras de mono, coyote y caballero águila.

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Sobre estas piezas el arquitecto mexicano Ramón Vargas Salguero recuerda que los arquitectos del país se sentían identificados con el nacionalismo cultural y pugnaban por lo que llamaban una “arquitectura moderna nacional”, aunque fueron los que más tardaron en adoptar el afán nacionalista, a diferencia de escritores, músicos, pintores y escultores. Ello tiene una explicación: las dos fuentes de nuestra tradición nacional eran inaplicables: una, la hostilidad aún presente hacia la herencia española, la otra, la limitación en términos prácticos del estilo prehispánico o mesoamericano.

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Ese duelo quedó registrado en la arquitectura del palacio mientras que se producía un debate teórico, iniciado en el ocaso del siglo XIX, donde los arquitectos veían la posibilidad de tomar la vía nacionalista a partir de lo colonial, es decir la “formación del arte nacional” a partir del legado español.
El Palacio de Bellas Artes —cuya construcción inició en 1902, pero la cual se vería interrumpida en varias ocasiones debido a los hundimientos del terreno y a la revuelta armada de 1910—, fue inaugurado fi nalmente en 1934 y, desde su concepción, fue pensado como una obra que representara por sí misma el esplendor nacional que anhelaba Porfi rio Díaz.

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Además de las formas curvas de la estructura, con las que Boari evocaba el estilo art nouveau, el proyecto del edificio incorporaba también las especifi caciones tecnológicas de los mejores teatros del mundo. El italiano dejó el país en 1916 y en 15 años no se lograron avances hasta el reinicio de las obras en 1932, bajo la dirección del arquitecto mexicano Federico Mariscal, quien consumaría el trabajo.

 

Bellas ArtesCada rincón del recinto fue revestido con elegancia y ostentación por Mariscal con detalles prehispánicos integrados a los interiores. Sus muros, paredes y columnas están forradas de mármol mexicano de varios colores. Su herrería fue forjada y traída desde Italia por Alessandro Mazzucotelli. En el escenario hay un telón de mosaicos diseñado por Gerardo Murillo, el Dr. Atl, donde se recrea la vista del Valle de México y sus volcanes. En esta pieza, realizada por la Casa Tiffany de Nueva York en dos años de trabajo, se utilizaron más de un millón de Bellas Artescristales opalescentes sobre lámina de acero. En el techo hay un plafón multicolor de cristal que representa a Apolo rodeado por las musas. Fue diseñado y elaborado en Budapest por Géza Maróti, quien también realizó un mural de mosaico para el arco del escenario, donde se describe la historia del teatro.

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En sus amplias paredes también se despliegan escenas que exaltan la mexicanidad y que fueron imaginadas y materializadas años después por Rufi no Tamayo, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera, los más grandes muralistas mexicanos. Bellas Artes es visita obligada para cualquiera que desee escuchar los latidos del corazón de México y sus latidos más fuertes: los de la cultura*.

*Con información de Dulce Colín, Carolina Rivera y Eva Cristóbal.
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