“Las Meninas” de Velázquez

Por: Ruth Betancourt.

Un análisis filosófico
La pintura de “Las Meninas” realizada por Diego Velázquez, bajo la forma de un lienzo artístico es analizada por el filósofo francés Michel Foucault(1) como un texto inquietante. El texto que comienza:

El pintor está ligeramente alejado del cuadro, lanza una mirada sobre el modelo. La mano hábil depende de la vista; y la vista a su vez, descansa sobre el gesto suspendido. Entre la fi na punta del pincel y el acero de la mirada, el espectáculo va a desplegar su volumen.(2)

Parece que el pintor, en el momento que aparece ante nosotros, los espectadores, “se coloca en un centro neutro y se convierte en el mediero entre lo visible y lo invisible”. Apreciación en sumo compleja que ya Foucault nos hereda. El pintor que ejerce cierta soberanía entre la mano que sostiene un pincel y el “acero de su mirada”; como el escritor a la pluma, como el poeta a la inspiración; pero en este caso el pintor jamás nos mostrará por completo su creación, me refi ero al cuadro que Velázquez pinta y del que solo vemos el revés.
Las Meninas
Mientras que en un espejo al fondo de una habitación, del cuadro de las Meninas, que está entre penumbras y luminosidad, justo en medio de dos pinturas que se refi eren al misterio y al enigma de la edad clásica: Minerva y Aracné de Rubens y Apolo y Pan de Jordaens,(3) justo ahí ha sido colocado un espejo en el cual cualquier imagen lograría centellear, aun cuando siempre aparecerá únicamente como un frío refl ejo. En este juego de luminosidad y tenebrismo, de lo visible y lo invisible, de lo que el pintor observa y lo que el pintor oculta, el pintor coloca al espectador y al objeto de la representación. El espectador, ese al cual los espectadores de la pintura de Velázquez dirigen inquietantes miradas, sólo ellos lo observan, sus miradas nos anuncian que algo está por suceder, por aparecer y quizá desaparecer, quizá lo nombrado, el artifi cio, el equívoco del nombre propio,(4) la relación del lenguaje con lo visible, para dejarle el lugar al juego de refl ejos, a lo visto con lo visible, al refl ejo interrogado.

En el cuadro de “Las Meninas” está el pintor que nos oculta lo que está pintado, presentimos que su modelo aparece en el tembloroso refl ejo del espejo que está envuelto en una oscuridad profunda.
El pintor pintado por el pintor. Velázquez en un cuadro de Velázquez, el pintor frente a un espectáculo doblemente invisible “porque el espectáculo no está representado en el espacio del cuadro y porque se sitúa justo en este punto ciego, en este recuadro esencial en el que nuestra mirada se sustrae a nosotros mismos en el momento en que la vemos.”

En el cuadro de Las Meninas, es el pintor y sólo él quien, desde la cima de la pintura, dirige su mirada hacia su modelo “real” y hacia nosotros, el pintor nos persigue con su mirada al punto de intercambiarnos con su modelo “real” y quedarnos fi jados en ese juego de espejos, de luminosidad y sombras, al igual que ese modelo “real” de quienes sólo quedará, a partir de ahora, un pálido y trémulo refl ejo, apenas bordeado por una luminosidad visible envuelta en una oscuridad impenetrable, luminosidad fi cticia que procede, en el cuadro de Las Meninas, de otra representación.

Del siglo XVII al siglo XIX. Entre la utopía y la heterotopía ¿Qué pinta el pintor? ¿Cómo se modifi ca la relación del espectador con respecto a la pintura? ¿Cuáles son las propiedades y limitaciones del lienzo? ¿Cómo se mira la pintura? ¿Y el espacio del cuadro, el plano y la dimensión, las sombras y la iluminación, lo oculto y lo develado? ¿Cómo se modifi có la posición del espectador con respecto al cuadro? ¿Cómo se constituye el adentro y el afuera, la ausencia y la presencia?

(1) Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 2001.
(2) Ibídem, p. 13.
(3) Llama la atención que estas pinturas de la edad clásica hayan sido colocadas por el pintor en un fondo oscuro, como un vago recuerdo de la época, y justo en medio de ellas colocado el refl ejo tembloroso del modelo. Como anunciando el destino de ese refl ejo, el soberano por el soberano sujeto del conocimiento. El sujeto de la razón que ha traspasado el momento del mito y la época oscura del medievo. El sujeto que se coloca a una distancia precisa del objeto de saber, y de este otro, del cuadro objeto.
(4) Foucault, Michel. Las palabras y las cosas, op. cit. p. 19.

 

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