Por: Elena González.
Al margen del glamour y la modernidad, el día a día en la calle López trascurre entre el trajín, la cotidianidad y el gozo. Su vocación eminentemente comercial imprime a su dinámica una energía tal que ha trascendido en el tiempo y el espacio, convirtiendo a sus habitantes en personajes eternos. Los cineastas Lisa Tillinger y Gerardo Barroso -vecinos de la zona- realizaron el filme “Calle López”, con una labor de edición quirúrgica, que extrae la pureza del tradicional barrio en una secuencia de imágenes y sonidos, que pasan de lo estridente a lo armonioso, resultando una obra cinematográfica realmente estética y propositiva.
La filmación en blanco y negro es un recurso genial del que echaron mano los realizadores para dar una impresión de atemporalidad a la cinta. “Lo chido del blanco y negro es que te hace imaginar el color, pero nos inspiramos mucho en Héctor García y Nacho López, que tienen como imágenes muy clásicas del Centro, son unos fotógrafos”, comentó Barroso durante la premier de la película en el cine Tonalá.
“El Centro no tiene una época definida. Ahí convive lo viejo con lo nuevo, es como un sándwich, un emparedado del diferentes eras, de diferentes épocas y se nos antojaba que el público no tuviera una referencia de que es 2008, 2006. Es decir, mucho Telmex, mucho Checo Pérez, en fin. Eso molestaba tremendamente”, comentó el cineasta tapatío sobre las decisión de filmar en blanco y negro y de los criterios de la producción.
La lente de los realizadores recorre cuadro a cuadro la calle López y sus alrededores, tejiendo un conjunto de historias entrecruzadas, donde los diálogos y los guiones salen sobrando. Las famosas pollerías, taquerías, cafés, cantinas, sastrerías y la propia calle, son los escenarios donde convergen comerciantes, trabajadores informales, parroquianos, etc.
Personajes que en general forman parte del imaginario colectivo chilango, pues trasmiten la sensación de conocerlos toda la vida, pero que los realizadores logran abstraerlos de esa masificación para acercar al espectador a sus historias personales. Una “lavacoches”, una pareja de ambulantes y su hija, un “viene, viene”, una vendedora triqui, entre otros, forman esa comunidad que nos muestra el filme, que se realizó por varios años, entre el trajín y el gozo.
Aquí no hay actores, todos son personajes reales y sus actuaciones son espontáneas. La relación personal de los realizadores con los protagonistas fue esencial para esculpir esa realidad. “Son nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestras personas. Por eso también los podíamos retratar de esta manera muy cercana, porque nos tenían confianza”, comentó Tillinger, de origen vienés.
Los lugares –abundó- fueron seleccionados de una manera intuitiva, en relación con sus conocidos. “Los escogimos porque los admiramos y los conocíamos, estábamos como particularmente interesados en ellos. Obviamente, no pudimos…Es que es inmensa López, ¿no?.
Un toque especial le da al filme las escenas del enigmático bar Fiuma. Lo que fue una glamorosa cantina que cerró hace varios años debido a la inseguridad; pero que su dueño, “Don Pepe”, dejó abierta sus puertas a sus amigos y clientes asiduos, que conforman ahora una especie de sociedad secreta, quienes utilizan una “clave” para tener acceso.